Categorías
Blog

El sistema defensivo del niño

Aclaración para padres sobre el sistema defensivo de los niños. ¿Cómo madura? ¿Porqué se ponen malos con tanta frecuencia?

Aclaración para padres sobre el sistema defensivo de los niños. ¿Cómo madura? ¿Porqué se ponen malos con tanta frecuencia?

Otro de los cambios fundamentales tras el nacimiento es el que se produce, como hemos comentado, por el brusco contacto con sustancias y organismos distintos al propio desde el momento del nacimiento.

Un contacto que si no inexistente hasta entonces, si había sido muy limitado.

Se pasa de estar en un medio estéril (de ello se encarga el sistema inmunitario de la madre) en el que sólo se tiene contacto con material orgánico genéticamente compatible con el propio organismo, a un mundo extraño, con multitud de sustancias y microorganismos agresivos.

Nuestro sistema inmunitario está compuesto fundamentalmente por unas células (leucocitos), unos órganos donde se forman (médula del hueso, hígado, bazo, timo y ganglios) y unos anticuerpos que liberan algunas de esas células.

Cuando hay una infección responde todo el sistema inmunitario.

Los leucocitos atacan al germen que está causando la infección directamente o por medio de anticuerpos.

Cuando hace falta producir más leucocitos, empiezan a multiplicarse en los ganglios, que aumentan de tamaño para responder con más intensidad.

Esto hace que los ganglios cercanos a la infección sean más grandes.

Cuando cede la infección se reducen de tamaño, pero si son frecuentes en la misma zona no dan tiempo a que se reduzcan con lo que cada vez crecen más.

Esa es la razón de que los ganglios que rodean la garganta en los niños suelan tocarse con facilidad, ya que no están soltando una infección de garganta cuando están cogiendo la siguiente.

Una de las principales características de nuestro sistema de defensas es su capacidad de guardar memoria sobre aquellos gérmenes contra los que actúa. De ese modo la respuesta contra un organismo con el que tuvo que luchar con anterioridad se realiza de forma mucho más rápida, en muchos casos impidiendo totalmente la manifestación de la infección.

Cuando alguien tiene las defensas bajas, como dice la gente, el resultado es un fallo en su función protectora.

No es que se tengan muchas infecciones, tener muchas o pocas infecciones depende más del ambiente en el que estamos y de los gérmenes patógenos con los que tenemos contacto, que del estado de nuestras defensas.

Lo que sucede cuando realmente hay un fallo inmunitario es que las infecciones banales se complican con facilidad.

Si un niño tiene 3 anginas en un mes lo único que quiere decir es que ha tenido contacto con 3 microorganismos patógenos distintos contra los que no tenía defensas.

Si tiene una neumonía, es que el sistema defensivo ha fallado al intentar contener una de esas infecciones banales, pero puede ser un fallo puntual. Si tiene 2 neumonías en un invierno, ya si hay que empezar a sospechar que puede haber un problema de base, bien en los pulmones o bien en el sistema inmune.

También hay casos en los que nuestro sistema defensivo falla por exceso. Su labor de catalogar cada una de las sustancias extrañas con las que tenemos contacto cada día puede fallar, interpretándose como agresivo algo que no lo es. El resultado son las respuestas alérgicas.

Por último hay un tercer tipo de reacción de nuestro sistema inmune que puede dar también problemas. Las reacciones autoinmunes. Es un ataque de nuestras defensas contra algunos de nuestros propios tejidos.

Suele deberse a un error por el parecido de algunos agentes patógenos con un tipo concreto de células de nuestro cuerpo, que hacen que una vez vencida la infección la reacción continúe contra nuestras propias células al ser confundidas por su parecido con el germen.

Fases de desarrollo del sistema inmune en niños

En el desarrollo de nuestro sistema inmune hay varias fases:
Los primeros meses de vida. Los anticuerpos presentes en sangre en el momento del nacimiento son casi en su totalidad de origen materno. Durante el embarazo le han ido pasando estos anticuerpos a través de la placenta, de modo que al nacimiento tendrá una muestra de defensas contra las infecciones que la madre ha pasado a lo largo de su vida. Duran unos meses escasos, pero fundamentales por ser el tiempo que precisa el sistema defensivo del propio niño para ponerse a punto. En los 3 primeros meses, de hecho, la posibilidad de que una infección se complique es muy alta, hasta el punto de que casi todos los protocolos establecen que un menor de 3 meses con fiebre debe ser ingresado por sistema para estudio y vigilancia de la evolución.

La primera infancia. Desde que se supera esa edad de 3 meses hasta el año aproximadamente la capacidad del sistema inmune va mejorando rápidamente, aunque sigue teniendo tendencia a hacer infecciones diseminadas o sin síntomas claros. Ya por encima del año su capacidad de defensa está a pleno rendimiento. Y falta le va a hacer, porque en los 3-4 años siguientes va a pasar el 90% de las infecciones que sufrirá en toda su vida.
Resulta desesperante para los padres, pero desde el momento que un niño pisa la guardería, o antes si tiene hermanos mayores que van a ella, al menos en invierno no pasarán más de 3 semanas sin que tenga una infección.

Pero como decía antes no es preocupante si es una sucesión de infecciones no graves. Siendo así, su único significado es la adaptación progresiva a un mundo en el que estamos rodeados por gérmenes agresivos con los que tenemos que aprender a convivir.

Cada infección que pasamos nos hace un poco más fuertes, porque nuestro sistema inmunitario no olvida y poco a poco la proporción de gérmenes contra los que tendremos defensas será mayor. Esa es la razón de que ya de adultos no enfermemos con tanta frecuencia por infecciones.

Sistema inmune maduro. Dependiendo del número de hermanos y de la edad en que comenzó a tener contacto estrecho con otros niños se alcanzará antes o después esta madurez.

Cuando se inició la introducción de la pediatría en nuestro país, se consideraba pacientes pediátricos a los menores de 7 años. Desde esa edad (antes si fue pronto a la guardería o tiene varios hermanos mayores) se nota un descenso muy importante en el número de consultas al pediatra.

Parece que de repente nada es capaz de dañarle y de estar continuamente enfermo todo el invierno, pasa a tener como mucho un par de catarros banales. Aunque si vuestro hijo está en la fase anterior esto os sonará a ciencia ficción, creedlo, llegará.

A partir del momento en que las infecciones empiezan a ser menos frecuentes, sin embargo suelen hacerse más importantes las alergias en ciertas personas (cada vez más).

Se ha debatido mucho sobre cual puede ser la causa de que las alergias sean cada vez más frecuentes. Algunos lo atribuyen a factores ambientales por una mayor contaminación.

Pero lo que parece cumplirse es que los países más desarrollados tienen más cantidad de alergias, a pesar de que algunos tienen índices de contaminación menores que algunos países en vías de desarrollo que sin embargo tienen menos alergias.

De hecho en nuestro propio país se cumple que cuanto mayor es el nivel económico más alergias, pese a que la población de menor nivel económico vive generalmente en ambientes más contaminados.

Por esta evidencia ha surgido la teoría que a mi modo de ver mejor explica el progresivo aumento de las alergias en nuestro medio: la teoría higienista.
Según esta teoría, el sistema inmune tiene unos niveles mínimos de actividad que precisa mantener como sea.

Mientras haya infecciones con las que entretenerse se dedicará a combatirlas, pero cuando no tiene entretenimiento, se lo busca, de modo que empieza a actuar contra sustancias cada vez menos agresivas si no tiene otras más agresivas sobre las que actuar.

Algunos autores afinan aún más y atribuyen específicamente la mayor incidencia de alergias a la cada vez menor frecuencia de infecciones por parásitos.

Para ello se basan en que específicamente dentro del sistema inmunitario las células que suelen intervenir con más frecuencia en las reacciones alérgicas son los eosinófilos, precisamente las células inmunitarias especializadas en la lucha contra parásitos.

De hecho cuando en una analítica rutinaria de sangre los eosinófilos están elevados suele corresponder a un alérgico. Y si no tiene alergias, posiblemente es que tiene lombrices.

Si algún día se demuestra de forma absoluta esta teoría, deberíamos empezar a plantearnos si no nos estamos pasando con la higiene.

Demasiada antisepsia, demasiada esterilización, jabones con efecto bactericida, antibióticos para infecciones que el propio organismo es capaz de curar por si solo, niños que casi viven en urnas de cristal, que no juegan nunca en tierra porque queda mal que vaya con la ropa sucia o vaya a pillar alguna infección, no toques a los perros, no te tires al suelo, no cojas…