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Vuelta al trabajo de mamá

La conciliación familiar y laboral es para la mayoría de las madres una utopía. Y la situación en la que eso se hace más evidente es la reincorporación de la madre al trabajo tras la baja maternal.

En España esa baja es de tan sólo 16 semanas. Y yo conozco a muchas madres que son trabajadoras autónomas y se plantean incorporarse mucho antes. La situación económica no acompaña. Y la legislación menos aún.

Quien inventase la frasecita «conciliación familiar y laboral», hizo uno de los chistes macabros más ingeniosos en mucho tiempo.

Tenemos unos horarios que piensan en todo menos en que unos padres puedan compaginar su trabajo con el horario escolar o con el cuidado de los hijos. Ha sido el sistema educativo el que ha ido desarrollando ofertas para cubrir la necesidades organizativas de los padres. Empezando por los comedores escolares, las aulas matinales, las actividades extra-escolares, los cursos o campamentos de verano… El problema es que gran parte de esos recursos son limitados y en la mayoría de los casos sufragados por los padres. Con lo que vemos una pescadilla que se muerde la cola: Hay que trabajar más para cubrir gastos, pero hay que buscar qué hacer con los niños mientras se trabaja más, con lo que volvemos a tener más gastos… Es una espiral que lleva a muchos padres a perderse literalmente la infancia de sus hijos.

Evidentemente en esto hay muchas situaciones diferentes. Hay gente con más margen de maniobra o otros si prácticamente ninguno.

Mientras, se nos cae la baba viendo como países de Europa con sistemas de impuestos que no superan a los nuestros pueden dar a los padres de sus países bajas maternales de hasta 3 años de duración, posibilidad de compatibilizar prestación por maternidad con actividad laboral desde casa a tiempo parcial… Pero no pagan más IVA que nosotros, ni más IRPF, ni más impuestos de sociedades, ni más seguridad social… Simplemente sus gobiernos tienen otras prioridades. En nuestro país hay prestaciones similares, pero sólo para unos pocos. Yo aluciné cuando me enteré de lo que duraba la baja maternal de alguien que trabajaba en la Diputación…

Yendo a lo práctico para el común de los mortales

La mayoría de las madres en nuestro país tiene que pensar antes de los 4 meses:

  1. Cómo adaptar la alimentación del bebé para cuando vaya a trabajar.  Otra nueva situación que juega en contra de la lactancia materna. Estamos hartos de decir que todas las recomendaciones sobre lactancia indican que lo ideal es mantener el pecho como alimentación única hasta los 6 meses de edad del bebé. Eso y el final de la baja maternal a los 4 meses deja a las madres dos opciones: Saltarse la recomendación iniciando antes la alimentación complementaria con el riesgo de aparición de alergias e intolerancias alimentarias, o sacarse leche para que el niño la tome en su ausencia. Esta segunda opción tiene muchos inconvenientes. No todas las madres pueden obtener la leche suficiente para esto. No todas pueden organizar un sistema de conservación y transporte seguro para que le den su leche en buenas condiciones sus cuidadores…
  2. Quién cuidará del bebé durante su horario laboral. Aquí de nuevo tres opciones: Familiar, persona contratada a domicilio, escolarización precoz… Y existen las tres opciones porque las condiciones de las distintas familias pueden variar muchísimo.

Lo que sí os recomiendo es que sea cual sea la opción que prefiráis, vuestra capacidad de maniobra y vuestras posibilidades, conviene planificarlo con el mayor tiempo posible:

– Encontrar la opción de cuidado más adecuada (no pudiendo ser los propios padres, que está claro que sería la deseable), va a precisar su tiempo. Salvo la posibilidad de recurrir a los benditos abuelos, todas las demás llevan un proceso de selección que puede resultar muy agobiante si no se encuentra nada que nos inspire confianza y se va acercando la fecha de incorporación al trabajo.

– No podemos pasar de dar el pecho a demanda un día a ausentarnos 8 horas durante la mañana sin que eso afecte a la lactancia. Si lo hacéis puedo aseguraros que en cuanto lleguéis el primer día del trabajo no vais a ir al baño, sino corriendo a ofrecerle el pecho a vuestro bebé, porque vais a reventar. Y si eso pasa lo normal es que el pecho interprete que sobra leche y empiece a producir menos, si es que nos os cuesta una mastitis. La solución es hacerlo de forma gradual desde unas semanas antes, o llevar saca-leches al trabajo si es factible.

– Tampoco podemos pasar de ser la referencia constante de un bebé a dejarlo ese tiempo con una persona distinta de un día para otro. Tanto el bebé, como la madre y la persona que vaya a cuidarlo van a necesitar de un periodo de adaptación a la nueva situación.

Por tanto planificadlo con tiempo y empezar a adaptar vuestra rutina a la opción escogida de forma gradual con al menos 2 semanas (mejor un mes) antes de la fecha de incorporación al trabajo.

La otra opción

Comprad lotería.

No, ya en serio. Porque el tema lo es, y bastante. Sé que hay gente que tras leer este artículo, especialmente los defensores de la crianza natural, dirán que todo esto es absurdo, un sinsentido. Y que la única opción razonable es que la madre priorice el bienestar de su hijo y que el Estado tiene capacidad pero no voluntad para hacerlo posible.

Esto pasa por un contacto constante de la madre con su hijo durante los (más o menos) tres primeros años de vida del niño. Pero yo sé que siendo lo deseable (y posible en otros países), con la situación actual no es posible para la inmensa mayoría de las madres. No sin asumir un coste social que en muchos casos no tienen margen para afrontar. Con la legislación y situación económica que tenemos, en la práctica para muchas madres significaría quedar fuera del mundo laboral. En algunos casos de forma casi irreversible.

Más vale que nuestro país vaya dando pasos para que esta «conciliación familiar y laboral» sea posible en un futuro cercano, porque sino nos espera un porvenir muy negro.

Basta con que los políticos dejen de pensar que el progreso de un país pasa por hacer un «Metro» en cada capital de provincia y mega-proyectos similares. El metro de Jaén lleva años paralizado. Tras gastar mucho más dinero del que costaría hacer compatible trabajo y crianza en toda la provincia de Jaén en acabarlo, a nadie se le ocurrió hacer un estudio de viabilidad y ahora no hay quien asuma ponerlo en marcha. Otro tanto pasa con el de Granada. Una ciudad con las comunicaciones destrozadas durante años, el Camino de Ronda (una de las vías fundamentales de comunicación de la ciudad) ha visto como la calle se volvía intransitable durante 5 años. Lo que unido a la crisis ha supuesto la desaparición de más de 1000 pequeñas empresas en esa zona. Y me apuesto el cuello a que cuando por fin lo acaben tardará años en ponerse en marcha porque como en Jaén llegarán tras acabarlo a la conclusión de que no es sostenible. En lugar de semejantes proyectos megalómanos sin sentido (pero que dejan buenas comisiones) deberían centrarse más en los problemas reales de la gente. Y la conciliación es uno de ellos.

Pero me parece que es demasiado esperar algo así de los políticos de este país. Ojalá me equivoque.

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Pediatría respetuosa

La Pediatría respetuosa es una forma de entender la salud del niño basada en las diferencias y el respeto a esas diferencias.

Este podría ser su decálogo, pero es una idea abierta que acepta aportaciones:

  1. CADA niño es diferente.

  2. Observar a CADA niño es la mejor forma de saber si tiene un problema o no.

  3. CADA niño tiene SUS mecanismos para adaptarse a los cambios.

  4. La mejor opción es apoyar SUS mecanismos.

  5. Modificaremos SUS mecanismos sólo si tenemos RAZONES CLARAS para pensar que le perjudican o son mejorables.

  6. Los pediatras aportamos nuestra experiencia como OPCIONES.

  7. Ante un problema hay siempre VARIAS OPCIONES.

  8. Las decisiones sobre la salud de los niños las toman los PADRES.

  9. Los padres y los hijos forman una UNIDAD que hay que respetar.

  10. La opción A RECOMENDAR no es «la mejor», sino la que funciona en cada caso para resolver los problemas y mejora la vida de la familia en su conjunto.

Voy a desarrollar cada uno de esos puntos de la forma en que yo lo entiendo:

CADA niño es diferente.

Los seres humanos somos diferentes. Pero tendemos a dar respuestas generales. En salud también ocurre. No lo hacemos porque realmente pensemos que una misma respuesta es cierta en todos los casos. Una de las cosas que nos enseñaron en la Facultad es: «Hablando de medicina, cualquier respuesta que incluya la palabra siempre, es falsa.»

La tendencia a dar respuestas generales y no matizarlas ha empeorado por culpa de la masificación. Debemos luchar contra esa tendencia, porque significa deshumanizar la medicina. Y eso no funciona. Porque la medicina trata única y exclusivamente de salud de humanos individuales. Enfermamos de forma individual y sanamos de forma individual.

Observar a CADA niño es la mejor forma de saber si tiene un problema o no.

Tendemos a usar cifras para «objetivar» nuestras apreciaciones sobre la salud de los pacientes. Pero en muchos casos nos centramos tanto en esas cifras que olvidamos observar al propio niño. Lo primordial es valorar la salud del niño, y eso se hace teniendo una visión de conjunto en la que miramos a la persona, no a sus cifras. Ejemplo: No generar preocupación ni hacer nada para que un niño suba de percentil de peso si está sano.

CADA niño tiene SUS mecanismos para adaptarse a los cambios.

La capacidad del organismo (especialmente del de los niños) para adaptarse a los cambios y responder a las agresiones es mayor de lo que llegamos a entender aún. No tenemos los conocimientos para dirigir de forma completa las reacciones del organismo. Y esos mecanismos de adaptación varían de individuo a individuo. Ejemplo: Ante un mismo virus hay niños que reaccionan sin fiebre y otros con fiebre alta. Pero también hay niños que toleran esa fiebre mejor que otros.

La mejor opción es apoyar SUS mecanismos.

Debemos ser humildes y confiar en la capacidad del cuerpo de curarse siempre que no aparezcan señales claras de que no funciona. De modo que ante una enfermedad o problema para adaptarse a un cambio lo mejor es valorar en primer lugar cómo responde el niño a esa situación y ayudar a los mecanismos que vemos que le están funcionando para superarla. Ejemplo: Hidratar bien a un niño cuando tiene fiebre.

Modificaremos SUS mecanismos sólo si tenemos RAZONES CLARAS para pensar que le perjudican o son mejorables.

Pero sabemos que en algunos casos aparecen mecanismos que en su intensidad o en la forma en la que actúan, pueden empeorar la evolución de un niño enfermo. En esos casos debemos tener razones claras para modificar o contrariar esas reacciones, pero hacerlo puede ser necesario para sanar al niño. Ejemplo: Tratar la fiebre cuando produce malestar o agotamiento.

Los pediatras aportamos nuestra experiencia como OPCIONES.

La época en la que el médico era la autoridad indiscutible en salud ha pasado: Por suerte. Los médicos seguimos siendo valiosos gracias a que atesoramos formación y experiencia. Los pacientes acuden libremente a nosotros en busca de ellas. Pero somos asesores, no jueces.

Ante un problema hay siempre VARIAS OPCIONES.

Un protocolo es una simplificación en la que se recomienda actuar de la forma que funciona mejor en más casos. Pero todos los médicos sabemos que esa forma de actuar no es la única, y que hay distintas opciones para resolver un mismo problema. Debemos exponer esas opciones para que el paciente (o sus padres en pediatría) escojan la que mejor se adapta a su situación con nuestro asesoramiento.

Las decisiones sobre la salud de los niños las toman los PADRES.

Esto es una realidad. Aunque muchos médicos no lo entendamos. Cuando una familia sale por la puerta de la consulta tienen la opción de seguir las recomendaciones del médico o no. Conseguiremos que lo hagan si los padres salen con la convicción de que el médico ha entendido el problema de su hijo, se les han explicado las distintas opciones, y la escogida lo ha sido de mutuo acuerdo entre el médico y los padres.

Los padres y los hijos forman una UNIDAD que hay que respetar.

En ocasiones nos centramos en cual es la mejor opción para el niño sin tener en cuenta la situación de los padres. Eso acaba perjudicando al niño, porque el bienestar de los padres es esencial para el bienestar del niño. Ejemplo: Si yo recomiendo que desde el punto de vista afectivo el colecho es la mejor opción. Pero no tengo en cuenta que para algunos padres es imposible descansar haciendo colecho. Estoy generando problemas. Porque daré a los padres la idea de que si no hacen colecho perjudican a su hijo, pero si lo hacen no descansarán y el resultado será que el niño vivirá con unos padres que viven su paternidad con ansiedad o con agotamiento.

La opción A RECOMENDAR no es «la mejor», sino la que funciona en cada caso para resolver los problemas y mejora la vida de la familia en su conjunto.

Los pediatras necesitamos tiempo para conocer al niño, a sus padres y las condiciones que hacen que la opción a recomendar ante un problema sea una u otra. En ocasiones tenemos prejuicios sobre cual es la mejor opción de forma general. Esto es especialmente frecuente en cuestiones de crianza. Debemos ser tolerantes y flexibles entendiendo que la mejor opción en cada niño es la que consigue un mejor resultado no sólo en el niño considerado de forma aislada, sino en la convivencia de todos los miembros de su familia.

Esta forma de entender la Pediatría tiene un factor limitante: EL TIEMPO. Para ejercer la pediatría de la forma descrita necesitamos tiempo para cada familia.

Y un enemigo: LA MASIFICACIÓN que pretende transformar la medicina en una cadena de montaje en serie.

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Los bebés se calman en brazos

Los típicos tópicos sobre educación en un tema muy concreto: los niños y los brazos (de sus padres)

«No lo cojas tanto en brazos que se va a acostrumbrar.»

Seguro que os lo han dicho alguna vez. «Y si no os lo han dicho es que tenéis que cogerlo más» (es broma).

Los bebés se calman en brazos. Pues sí. Son muy raros, les gusta que les abracen y sentirse queridos. Yo soy igual de raro. Me gusta que me abracen, el contacto con las personas que me agradan. Sentirme seguro y relajado disfrutando de estar con alguien de quien sólo espero cosas buenas. No dejes que nadie te diga que hacer eso a tu hijo es malo. O pasa totalmente de quien lo haga…

«Los bebés no son capaces de regular el estrés, por lo que depende  del contacto con su figura de apego, su calor y su voz para tranquilizarse y sentirse seguro». Esto es verdad a medias. Los bebés si que son capaces de regular el estrés. Si no dispone de la figura de apego, acabará activando otros mecanismos para superarlo. Ningún niño se muere porque sus padres no puedan atenderle de forma inmediata.

El problema es que son mecanismos que precisan un esfuerzo mucho mayor por parte del niño. Forzarlo a recurrir a esos mecanismos más difíciles no tiene mucha justificación si nuestro único planteamiento es: podría cogerlo y abrazarlo en este momento, pero no se si es bueno que lo haga. Hazlo, por su puesto que es bueno. Pero tampoco te agobies si empieza a llorar justo en el momento que te das cuenta que se está quemando la comida. Puede esperar a que apagues el fuego.

«Un bebé primitivo que no llorase y reclamara los brazos de sus progenitores sería rápidamente capturado por cualquier depredador al acecho». Esto significa que los bebés han adquirido esa necesidad a lo largo de cientos de miles de años de evolución de la humanidad. Si pretendemos que eso cambie, es posible, pero va a costar. A veces las circunstancias familiares lo hacen necesario. Pero si no lo es, mi consejo es que le evites ese esfuerzo de adaptación.

Derivado de lo anterior, los bebés llevados en brazos lloran menos y durante menos tiempo. Esto no sólo se debe a los beneficios directos de la cercanía (movimiento, calor, olor) sino también a que el adulto que le lleva está más atento a los signos de incomodidad que pueda tener el bebé y, por tanto, puede atenderlos antes (por ejemplo, el hambre).

Entonces, ¿en brazos hasta los 18 años?

No. Todo tiene su momento. Yo he llevado mucho en brazos a mi hijo. Gracias a eso y a otras muchas muestras de afecto me he ganado que se preocupe por mi bienestar. Llegó un momento con unos 5 años (es bastante delgado, con lo que no me ha costado hasta ese momento cogerlo) en que ya empezaba a resultarme molesto cogerlo en brazos con mucha frecuencia (dolores de espalda). Pero lo entendió perfectamente. En cuanto le expliqué unas cuantas veces que no lo podía coger tanto como antes porque ya pesaba mucho y luego me dolía la espalda, ha ido dejando de pedirlo, y lo entiende cuando se lo digo. Es bueno, me quiere y no quiere que haga algo que me va a doler.

¿Significa eso que ya nunca lo cojo en brazos?

Pues no. Cuando llegamos a casa tarde y está muerto de sueño lo cojo. Y no sé si le gusta más a él o a mí sentirlo como deja su cabeza vencida sobre mi hombro.

A veces tras una larga caminata (larga para él) me pide que lo coja. Yo ya sé que con que lo lleve unos minutos luego va a entender perfectamente que debe seguir a pie. Es mejor hacerlo así que liarla para que siga andando a buen ritmo cuando realmente ya está cansado. Es lo que hago si tenemos prisa. Si no la hay, pues paramos un poco a descansar y seguimos.

El resumen:

Con los niños todo tiene su momento. Cuando hacemos las cosas de forma razonable, casi siempre el resultado acaba siendo igual de sensato. Se pueden conseguir las mismas cosas de formas muy diferentes. No pretendo que mi hijo sea egoísta, caprichoso ni consentido. Pero reivindico la palabra «mimado». El mío lo es, y me encanta que lo sea. Significa que se siente querido. Pero eso no le impide valerse por si mismo, ser sensato en lo que puede serlo para su edad y saber que a veces no es posible lo que le apetece.

Escoged vuestra propia forma de hacerlo. Aquella con la que os sintáis felices junto a vuestro hijo. Esa es la mejor garantía de éxito criando niños.

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Los bebés necesitan ir en brazos

Soy pediatra y no voy a regañar a una madre por «tener a su hijo en brazos» tanto como desee. ¿Porqué?

Una de las cosas que me resulta llamativa en mi actividad como pediatra es que para muchos padres uno es como el «policía de la crianza» o algo así.

Trabajo en un hospital donde visito a diario a los nuevos padres. Y es frecuente que me comenten como una de sus dudas: «Es dejarlo en la cuna y llora, pero se calla en cuanto lo cogemos. Pero nos han dicho que tenemos que dejarlo en la cuna, que si no se va a acostumbrar a que lo tengamos siempre en brazos.»

Entonces es cuando les explico lo siguiente:

Hay formas diferentes de criar niños.

Existe una que consiste en que los niños deben hacer las cosas que nosotros consideramos adecuadas cuando nosotros consideramos adecuado.

Pero hay otra que se basa en entender que cada niño tiene su propio ritmo. Es mucho mejor entender sus necesidades y que hay un momento adecuado en cada niño para los cambios que generar conflictos innecesarios por querer hacerlos en un momento que no está preparado.

Si escogéis como yo la segunda opción, debemos entender que un bebé necesita que lo cojan. Al nacer ha salido de un ambiente de recogimiento que le inspira seguridad. Verse sólo en un espacio muy abierto le genera inseguridad. Si cuando lo dejas en la cuna llora y si lo coges se calla, tu instinto te dice que lo cojas, tu corazón te dice que lo cojas: ¡Pues cógelo!

Algunos dicen que si se coge a un niño demasiado se le hace inseguro y dependiente. Pero es al revés. Cuando un niño es llevado en brazos con frecuencia y recibe afecto de forma continua se cría sintiéndose querido y seguro. Poco a poco, la curiosidad le hará buscar la separación para explorar el ambiente que lo rodea.

Así que escoged vuestra forma de criar a vuestro hijo. Si lo que os sale es darle afecto constantemente, no os cortéis. Al afecto no hace daño nunca.

Y si vamos a llevar a un niño en brazos hasta que esté preparado para «independizarse» hay cosas que pueden ayudar. Como las mochilas porta bebés. Ayudan a que llevar al niño en brazos sea compatible con un mayor número de actividades y a que hacerlo resulte más cómodo. Las mochilas ergonómicas lo hacen además en la postura más adecuada para el niño.

Si queréis información sobre cual escoger según vuestras necesidades os recomiendo el siguiente enlace. En este formulario una madre experta en porteo os puede asesorar sobre la elección.

 

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Los terribles dos años

A veces los niños sufren cambios que parecen bruscos. A los dos años hay cosas llamativas en la conducta.

Recuerdo que refiriéndose a la pubertad mi padre decía en muchas ocasiones: «de pequeños estaban para comérselos, y de grandes, que pena de no habérselos comido.»

Pero eso es algo que muchos padres piensan mucho antes: Algunos lo llaman los «terribles dos años» o la «crisis de los dos años». Se puede resumir en una palabra: «No.»

Vamos a intentar entenderlo, porque sólo entendiéndolo se dota uno del arma más necesaria en esa situación: La «santa paciencia».

El desarrollo de los niños no es lineal, y además cada niño tiene sus variantes. Pero en torno a los dos años es frecuente que los padres noten algunos cambios significativos en la conducta de su hijo. Es la etapa de las rabietas, de llevar la contraria a todo, suelen ser más frecuentes las pesadillas, los miedos y los terrores nocturnos. En resumen, que cuando parecía que íbamos tomándole el tranquillo a esto de criar niños se nos desmonta todo.

Encima es para muchos niños su primera invierno de escolarización, y algunos no paran de pillar infecciones. Otros empiezan a seleccionar la dieta y a no querer comer alimentos que hasta entonces aceptaban bien.

Vamos a añadirle que llegamos a un nivel de razonamiento y de lenguaje que le permite escoger y expresar sus elecciones, pero aún de forma imperfecta (lo que le genera frustración si no es entendido).

Suele juntarse con todo esto que parece que toca quitar el pañal y el chupe (si lo tenían). Y que en muchos de los que siguen con el pecho empieza el destete (evidentemente se puede seguir por encima de esta edad).

Si a todo este panorama le sumamos un hermanito recién nacido (los dos años son la cadencia más habitual entre hermanos) la tenemos pero bien liada.

¿Cuál es la clave del problema? Autonomía.

Voy a intentar explicarlo: Al principio los padres solemos agobiarnos porque los niños son seres totalmente indefensos. Dependen para todo de nuestro cuidado. No es raro que eso suponga para muchos padres la mayor responsabilidad que se ha asumido en la vida.

Pero va pasando el tiempo, vamos conociendo a nuestro hijo y empezamos a entender sus necesidades, cómo nos las expresa y cómo cubrirlas. Incluso empezamos a entender que tenemos cierto margen de maniobra y que podemos escoger entre formas difrentes de suplir sus necesidades.

Cuando esto ocurre, empezamos a tener la sensación de que dominamos la situación y que hasta podemos escoger la forma de hacer las cosas que mejor se amolda a nuestras preferencias.

Pero entonces, de repente, el niño adquiere la capacidad de hacer cosas de forma autónoma, o de no hacerlas… Y eso es nuevo. De repente, perdemos la capacidad de planificar mínimamente, porque él empieza a tener iniciativa de temas que antes ni se planteaba (lo que quiere hacer en este momento y lo que no, o sus preferencias, escoge ropa, comida, juegos, juguetes, compañía…), y además empieza a expresarlo de forma clara.

Se está definiendo su personalidad. Y eso quiere decir que disfruta escogiendo las opciones que más le gusta, y al mismo tiempo, que le disgusta tremendamente que no se respeten esas elecciones.

Como decía al principio aparecen:

El no. Es decir, la capacidad de escoger no hacer lo que hemos planeado nosotros y le incluye.

La rabieta. Es su forma de expresar la frustración cuando no consigue que los demás se sumen a su elección.

La agresividad. Es una forma de rabieta que se expresa con violencia porque su capacidad de hacer daño es ahora mayor. Al principio no interpretan que hacen daño. Poco a poco lo identifican y ante eso hay niños que abandonan la violencia y otros que la intensifican. Depende mucho del vínculo afectivo, de los ejemplos que tiene en su entorno, y por supuesto de la propia personalidad del niño.

La clave general es entender que esto es uno de los procesos de cambio necesarios para su desarrollo. En el futuro esperamos que sea cada vez más autónomo.

Lo que recomiendo a los padres es que ante cualquier elección del niño que no se amolda a nuestra idea inicial valoremos:

– Lo que ha escogido el niño es una alternativa aceptable: Cede. Refuerzas su autoestima y le muestras que eres flexible cuando puedes serlo.

– Lo que ha escogido podría aceptarse pero en este momento prefieres no hacerlo: Valora si ante una conducta de presión por parte del niño vas a ceder. Si es así, no esperes a que haga una conducta que no deseas (como la rabieta) para ceder tras ella.

– Es claramente una opción no aceptable: Pues toca aguantar, a pesar de la rabieta. Y tras ella con cariño, con paciencia, explicar porqué no es posible y que usando ese medio no va a conseguir las cosas.

Lo desesperante de todo esto, es que incluso haciéndolo bien, los resultados no son nunca inmediatos. Pero en eso consiste la educación y por eso es tan difícil ser buenos padres.

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Masajes para el bebé con cólicos del lactante

Masajes para el cólico del lactante

La Fisioterapeuta Lorena Gutiérrez Fernández, autora de FisioByM.com nos explica cómo dar masajes a los bebés con cólico del lactante.

Los cólicos del lactante son, sin duda, uno de los procesos más temidos por padres y madres de bebés desde su nacimiento. Lo más frecuente es que aparezcan en los primeros meses de vida del bebé, disminuyendo la probabilidad de padecerlos a partir de los 4 meses. Se caracterizan por el llanto intenso e inconsolable del bebé sobre todo a última hora del día y, diría yo también, por la impotencia y frustración de sus padres al no saber cómo consolarle.

Para entender el cólico del lactante lo primero que necesitamos es una dosis de asertividad, es decir, pongámonos en la piel de nuestros bebés. Los adultos sabemos lo difícil que es definir un dolor. Cualquier sensación subjetiva es muy personal, y el ponerle adjetivos puede ser una tarea ardua. Si nos han preguntado alguna vez “en una escala del 1 al 10, puntúa tu dolor” o “¿qué tipo de dolor sientes?: punzante, quemante, etc.”, sabremos lo difícil que es puntuar o describir una sensación dolorosa. Como Fisioterapeuta, estoy muy familiarizada con el dolor (ajeno en este caso) y con la dificultad que supone para el paciente definir algo tan personal como es el dolor, y para mí llegar a entender lo que la otra persona está sintiendo.

Volvamos a nuestros bebés, y pongámonos en el lugar de un ser que acaba de llegar al mundo (hace días o semanas), con un sistema digestivo inmaduro y que se ve expuesto a una cantidad de estímulos que a veces no es capaz de asimilar. Imaginemos por un momento que sentimos un dolor de tripa intenso, al final del día que es cuando más cansados estamos, y que no pudiésemos comunicar lo que nos está pasando con palabras. ¿Qué haríamos para comunicarnos?: ¡llorar!. Y si a nuestro alrededor percibo que cuando más lloro y más me duele, se genera más nerviosismo y ansiedad ¡llorar aún más!. Lógicamente, un papá o mamá que ve a su bebé llorar no puede quedar impasible, pero sí observar su reacción y tratar de mantener la calma sabiendo que su bebé se está sano y lo que le está pasando es una etapa más de su maduración.

Como papás nos preguntaremos “¿y podemos hacer algo para ayudarle?”. La respuesta es “¡claro que podemos!”. Cómo os decía más arriba, lo primero es la asertividad, ponernos en la piel de nuestro bebé, y trasmitirles que estamos ahí y que les vamos a ayudar. El masaje nos puede ayudar tanto desde el punto de vista físico como desde el punto de vista emocional. Ayudará a nuestros bebés a relajarse, a sentirnos cerca y estar menos irritables. Pero no sólo tiene beneficios para nuestro bebé, sino que también nosotros disfrutaremos de sentir la calidez de nuestros pequeños. Y por supuesto, será muy reconfortante saber que está en nuestras manos poder ayudarle. Mi recomendación personal y profesional es acudir a cursos o talleres específicos de Masaje Infantil, donde un profesional pueda enseñarnos toda la rutina de masaje para todo el cuerpo, no sólo la del abdomen.

El masaje siempre deber realizarse en un momento del día en el que el bebé esté tranquilo (nunca en plena crisis). Siempre empezamos por la maniobra llamada “manos que reposan”, que consiste en simplemente (o no tan simplemente) en colocar nuestras manos sobre el abdomen de nuestro bebé. Muy probablemente, si el bebé ha padecido cólicos recientemente, rechace el contacto o flexione brazos y piernas manifestando su incomodidad. Debemos ser receptivos y saber que el bebé necesita tiempo para relajarse y entender que le vamos a ayudar. Puede ser que durante varios días sólo podamos poner las manos sobre su abdomen y nada más.

El masaje realizado por los papás es un perfecto complemento para el tratamiento de Fisioterapia u Osteopatía que haga el profesional. Los bebés tienen una gran capacidad de recuperación, por lo que suele ser suficiente con 2-3 sesiones de tratamiento. En estas sesiones se identifican las zonas que están en tensión y se aplican maniobras específicas para relajarlas. El terapeuta nos indicará en qué puntos debemos incidir a lo largo de la semana para seguir ayudando a nuestro bebé.

Además del masaje, tenemos más recursos para que nuestro bebé nos sienta cerca, minimizando su estrés o sobrestimulación. El portear a nuestro bebé, en un portabebé ergonómico que respete la posición fisiológica del bebé y reparta el peso adecuadamente en nuestra espalda. De hecho, hay estudios que demuestran los beneficios del piel con piel, y por otra parte se ha sugerido que los bebés porteados sufren menos cólicos del lactante ya que la posición vertical favorece la expulsión de gases, y el calor que les trasmitimos con nuestro cuerpo les calma a nivel digestivo. Al igual que con el masaje, hay que ser observadores y buscar el momento más adecuado ya que, si nunca hemos porteado a nuestro bebé, tendremos que empezar progresivamente y siempre fuera de las crisis de llanto-dolor.

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Mecanismos de autorregulación en bebés frente a cifras redondas

¿Porqué ponemos tantas cifras a lo que deben hacer los bebés? Hay quien describe a los niños como ingenios mecánicos con unos ritmos fijos. Y quien entiende que cuentan con mecanismos de regulación que funcionan bastante bien.

Todos los padres han oído consejos del tipo:

  • Dale de comer cada 3 horas y la cantidad que tiene que tomarse es xxx.
  • Tiene que echar los gases después de cada toma.
  • Ponle dos capas de ropa más de las que tengan los que hay a su alrededor para que no pase frío.
  • Tiene que hacer caca todos los días.
  • La cantidad de leche que debe tomar un bebé son 150 ml por kilogramo y día.
  • Con la edad que tiene, deberías quitarle ya una toma.
  • Con su edad debería dormir xxx horas.
  • Tiene que ganar de 150 a 200 gramos cada semana.
  • Tiene que sostener la cabeza con 3 meses, sentarse con 6, ponerse en pie con 9 y andar a los 12, dejar el pañal cuando se tercia en la guardería para que lo hagan todos a la vez y lo antes posible y apilar 27 tenedores haciendo equilibrios sobre la nariz antes de los…

Pero ¿de dónde salen estas cifras?

Pues es simple, son reglas fáciles de recordar. Pero generalizaciones inútiles. A mí me dieron muchas de esas reglas. Hay manuales de pediatría llenas de ellas. Para entendernos. La pediatría fue una de las últimas especialidades en surgir. Y lo hizo en pleno positivismo. Hacer ciencia era poner cifras a todo. En el mejor de los casos, estas cifras son medias estadísticas redondeadas para que se recuerden con más facilidad.

¿Porqué es absurdo plantearse así la crianza y cuál es la alternativa?

Los seres humanos, ya desde el nacimiento contamos con mecanismos que regulan nuestras respuestas al entorno y nos permiten adaptarnos. Los niños no son una excepción. Estos mecanismos son mucho más complejos y responden de forma mucho más adecuada que cualquier cálculo consciente que deseemos hacer.

Un ejemplo: Los diabéticos por desgracia tienen una esperanza de vida menor que la población general. Y eso es así porque por muy bien que seamos capaces de cumplir las reglas sobre alimentación y calcular las dosis de insulina adecuadas, lo hacemos peor que un páncreas que funcione.

Un ejemplo más claro y en la crianza: ¿Cuándo y cuanta leche dar a un bebé?

Mientras no tengamos pruebas de que no funciona, la mejor respuesta no es un número sino dos palabras: A demanda.

Reglas del tipo «debes darle cada x horas xx cantidad» de forma fija son absurdas. Pero rara es la madre a la que nadie le dice una regla así. Y en muchos casos se aplican generando problemas. Nadie come siempre lo mismo con regularidad matemática. Lo que un niño come es el resultado de una complicada ecuación en la que influye factores como:

– Si tiene más sueño o más hambre.

– Cómo comió en la anterior toma.

– Si ha vaciado o no su intestino y en qué grado.

– La temperatura a la que ha tenido que adaptarse durante la horas anteriores.

– Si ha estado más o menos activo.

– Si está consumiendo energía para defenderse de una infección.

– Si su intestino absorbe mejor o peor los nutrientes.

– Su estado de ánimo…

Son sólo algunos de los factores que es fácil demostrar que pueden alterar las necesidades de alimentación de un niño en una toma respecto a la otra. Encima no son factores cuantificables y que varían de persona a persona.

Poner una cifra fija y pretender que eso cubre las necesidades del niño es «infantil», absurdo y muy perjudicial, porque los mecanismos del niño para adaptar la toma a sus necesidades van a despertarse: Va a llorar, va a comer con ansiedad…

Tener cifras fijas, pautas fijas, resulta atractivo. Especialmente en algo nuevo que genera inseguridad como ser madre. Y se pretende dar esas cifras como una forma de aportar seguridad. Pero es una falsa seguridad que genera problemas, porque no se adapta a la realidad biológica de los niños. Somos seres biológicos, no mecánicos.

La alternativa es conocer las señales que nuestro hijo nos envía constantemente y saber cómo responder para facilitar que sus mecanismos de adaptación, mucho más elaborados que nuestras teorías, funcionen lo mejor posible. Enfocado a la pediatría es lo que llamo Pediatría Respetuosa.

La Pediatría Respetuosa tiene para mí 3 vertientes:

Conocer y respetar los mecanismos de autorregulación de los niños. Porque no disponemos de teorías capaces de superarlos.

Respetar la diferencia entre distintos individuos, en su forma de adaptarse al entorno y en su forma de enfermar y curar. Porque esas diferencias pueden hacer que la terapia de elección y las pautas a usar sean muy distintas entre dos niños.

Respetar las opiniones de los padres en sus elecciones sobre la crianza de sus hijos. Porque no sabemos tanto sobre crianza y sobre cada familia y niño en particular para estar seguros de que la opción que pretendamos como mejor lo es.


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Niños que vomitan con facilidad

Hay niños que vomitan con facilidad ante cualquier contradicción. Os explico lo que aconsejo a los padres de estos niños.

Esto se llama «Mericismo». Algunos niños lo hacen incluso porque les gusta vomitar. Sea porque les gusta, porque ante el llanto, la tos o la simple presencia de algo inusual en la garganta se les desencadena el vómito con facilidad, o porque han descubierto que hacerlo es una herramienta para conseguir cualquier cosa, es un problema y tiene solución.

Es un problema especialmente frecuente entre los 6 meses y los 3 años. A partir de esa edad suele mejorar. Pero hay cosas que podemos hacer para resolverlo antes.

Diferencia con el Reflujo Gastroesofágico (RGE).

El niño con mericismo no muestra signos de dolor cuando vomita. Alguno como decimos incluso disfruta de hacerlo.

En el Reflujo, incluso cuando en muchos casos no llega a expulsar la comida, el dolor acompaña a la subida de la comida por el esófago.

Si quieres saber más sobre este tema, tengo otro artículo: Reflujo en bebés

¿Porqué es un problema que los niños vomiten con frecuencia?

  • No es habitual que uno de estos niños se deshidrate con los vómitos. No estamos hablando de un niño que vomita 10 veces en un día por una infección, sino de niños que pueden vomitar una o dos veces al día como mucho, pero que lo hacen con frecuencia y sin que haya una causa orgánica, como una infección o tomar un alimento que no toleran. Lo que sí puede pasar es que estos vómitos repetidos impidan que el niño gane más peso.
  • Vomitar de forma repetida puede dañar los dientes. El ácido del estómago puede dañar el esmalte si los vómitos son habituales.
  • Suponen un serio problema de «infraestructura» para la familia. Lavadora, lavadora, lavadora.
  • Cuando se desencadenan ante cualquier enfado del niño, puede acabar condicionando seriamente su educación.
  • Si esto se mantiene en el tiempo, puede acabar favoreciendo la aparición de RGE o de hernias de hiato.

Y esta es la solución que yo recomiendo a los padres en mi consulta

Tiene 3 aspectos:

  1. Dar de comer más veces al día y en cantidades menores: Especialmente los líquidos y sobre todo antes de las situaciones que con frecuencia lo desencadenan (por ejemplo antes de llevarlo por la mañana al colegio). Al tener el estómago menos lleno es más difícil provocar el vómito.
  2. Cambios de conducta: En los niños que sabemos que desencadenan el vómito en rabietas, os recomiendo leer el artículo sobre este tema. Una situación muy frecuente que provoca el vómito es forzar al niño con la comida. Si es tu caso, piensa lo siguiente: «Mejor 5 cucharadas dentro que 6 fuera.» A parte de que pelear con un niño para que coma es algo negativo en sí mismo, porque lo único que conseguirás es que a la larga aumente su rechazo frente a la comida.
  3. Tratamiento con medicación: Os lo pongo lo último, porque tenemos demasiada tendencia a medicalizar los problemas de los niños. Y usar medicamentos puede ayudar en muchas situaciones, como esta. Pero no me gusta resolver problemas de conducta (y este lo es en muchos casos) con «jarabes mágicos». Como padres, entender lo anterior es fundamental para que poco a poco seáis capaces de resolver los problemas de vuestro hijo de forma autónoma.

Entendido lo anterior, en este caso y junto don los dos puntos anteriores, recomiendo a los padres usar un medicamento llamado Motilium (domperidona) en jarabe. Este medicamento actúa sobre el cierre de abajo del estómago abriéndolo y favoreciendo el movimiento del intestino, lo que dificulta los vómitos. Es decir, junto con las otras dos estrategias, reduce la tendencia del niño a vomitar.

La forma de utilizarlo es dándolo antes del desayuno, la comida y la cena durante un par de semanas. Si funciona pero al dejar de darlo, vuelve el problema, puede darse otras dos semanas. Y repetir la pauta hasta que el niño deja de vomitar definitivamente. No os preocupéis si son varios meses: Este es un fármaco que se usa en el tratamiento del Reflujo gastroesofágico en niños de pocos meses de vida y a veces durante cerca de un año o más.

Podéis calcular la dosis de Motilium a dar a vuestro hijo en función del peso con esta calculadora:

Peso en Kg




ml antes de desayuno, comida y cena.

 

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El niño obediente

Hay niños más «obedientes» que otros. Algunos no obedecen a nada de lo que se les dice. Cómo pueden actuar los padres ante esto.

Hablar de «obediencia» en niños tiene mucha carga negativa hoy día. Sobre todo cuanto menos contacto tiene uno con los niños. Cuando uno es padre, y especialmente si lo es de un niño que no hace caso nunca, las frases «debemos respetar la autonomía del niño», la «educación es afecto no autoritarismo»… Y otras similares, que suenan muy bien y se dicen mucho, empiezan a perder bastante su brillo.
Para abordar este tema sin remilgos, creo que hay que ser claro: La relación de los padres con el hijo no es una relación entre iguales. Debe buscarse que acabe siéndolo, pero es absurdo tratar como un igual a alguien incapaz de entender el entorno en el que vive y las consecuencias de sus actos.
Al final, es hablar de un término poco popular hoy día del que ya tengo otro artículo: Autoridad.
Hay quien con el niño desobediente cree que hay que tener mano dura: No.

La mejor forma de conseguir que un niño acepte hacer lo que le digamos sin discutirlo es una suma:

Amor+confianza+firmeza.

Las tres son difíciles de conseguir y fáciles de perder.
Con «mano dura», se pierde el afecto, la confianza no existe y la firmeza es sólo aparente.

Explicar a fondo este tema daría para un libro completo. Pero os voy a dar algunas claves:

– No queremos un niño sumiso. Sino uno que acepte nuestra ayuda cuando intentamos protegerlo.
– No queremos un niño que nos tema. Sino uno que valore nuestros consejos.
– No queremos un niño sin iniciativa. Sino uno que tenga paciencia cuando es necesario

Cómo conseguimos un niño no obediente:

Si basamos nuestra relación en la confrontación y el dominio.
Si haces de la relación con tu hijo una guerra por el dominio, ten claro que quien va a ganar es él. Él puede dedicar las 24 horas del día a esa guerra. Tú no.
Es mucho mejor basar la relación en el afecto. Si tu hijo se pone insoportable en cualquier momento, dale un abrazo y dile que lo quieres. Te sorprenderá el resultado.
Si perdemos los nervios. Lo más potente que existe en educación es el ejemplo. Si tú pierdes los nervios acabarás conviviendo con un niño que los pierde cuando no controla una situación. ¿Es eso lo que quieres?
Si usamos la violencia. Puede funcionar mientras seamos los únicos capaces de ejercerla. Pero lo que el niño aprende no es que es bueno escuchar lo que mis padres me dicen. Lo que aprende es que ejercer la violencia es un método que funciona para conseguir cosas. ¿Es eso lo que quieres que piense el día que él pueda ejercerla?
Si saturamos continuamente con órdenes. A veces tendemos a querer controlar lo incontrolable. Un niño no es un adulto pequeñito. No puede «estarse quieto» y «tener cuidado» con esto y aquello y lo de más allá. Por naturaleza, son impulsivos y no tienen la experiencia para cuidar de las muchas cosas que los adultos controlamos al hacer cualquier actividad. ¿Recordáis cuando aprendíais a conducir, no os parecía imposible manejar el volante, vigilar todos los ángulos del vehículo y al mismo tiempo controlar las marchas, los intermitentes. Pues si eso te costó siendo ya adulto, piensa lo que supone para un niño comer sin derramar la comida mientras ve sus dibujos animados favoritos y tú le das indicaciones continuas.

Cómo hacerlo bien:

Amor. Los niños necesitan afecto. Todos lo necesitamos. Pero para ellos es una necesidad aún más esencial. Y una tendencia natural es querer complacer a las personas a las que quieres. Por eso, lo niños que se sienten muy queridos por sus padres tienden a complacerlos. Esto no es el único factor, y por tanto si un niño no nos obedece no podemos deducir que no nos quiere o no se siente querido. Pero una relación en la que el afecto es evidente facilita mucho las cosas.
Confianza. Obedecer significa hacer las cosas de un modo concreto sin entender porqué, simplemente porque nos lo pide alguien. Alguien en quien confiamos. Y ¿cómo se gana la confianza de un niño? Pues entre otras cosas siendo fiel a nuestra palabra. Cuando cumplimos lo que decimos, nuestra palabra gana valor para el niño. Si hablamos continuamente prometiendo cosas que no cumplimos o amenazando con acciones que sabemos que no haremos, acabamos transmitiendo al niño que escucharnos es irrelevante.
Firmeza. Para que funcione como debe, hay que escoger muy bien cuando usarla. Eso de «lo voy a hacer así para que sepa quien manda» es una soberana estupidez. Lo que hagas con firmeza hazlo porque estés convencido de que es lo mejor para tu hijo, no para demostrarle nada, sino para protegerlo. Esa es la única justificación válida para ser inflexible con un niño. Y ¿en qué consiste esa firmeza? En no dar aquello que sabes que le perjudica, no facilitar que consiga lo que le perjudica o directamente a veces privarle de lo que le perjudica.

Sobre todo, la clave es pensar antes de actuar.
Y tener claro que en educación, aún haciendo las cosas bien los efectos nunca son inmediatos. Pero que con el tiempo el esfuerzo por hacerlo bien siempre se nota.

A los que queráis profundizar más en este tema os recuerdo que tengo un eBook sobre el tema:

Crianza y Educación.

Crianza y Educación Entre el amor y la responsabilidad
 

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Peketema 5 bis: El origen de los problemas con la comida en niños

La mayoría de los problemas con la comida en niños nacen de la desinformación de los padres. Las 3 claves para evitarlos.

Uno de los temas que con más frecuencia afectan a la relación entre los padres y los hijos es la alimentación. Que un niño, por lo demás sano sea llevado a la consulta de un pediatra, tiene en la mayoría de los casos un sólo motivo: No come bien y/o no gana peso.

El problema es que estando sano el niño, es con diferencia uno de los problemas que más pueden generar malestar en los padres y conductas que producen rechazo y malestar al niño. Esto es evitable si entendemos tres conceptos simples, pero que pocas veces creo que se explican y que muchos padres no ven así.

A mi parecer los tres conceptos clave para evitar problemas con la comida en niños son:

  1. Confiar en los mecanismos de autoregulación de los niños y respetarlos.
  2. Entender lo que es normal en cantidad de comida y evolución del peso.
  3. Evitar estrategias para aumentar la cantidad de comida y la ganancia de peso.

Ahora voy a explicarlos:

Confiar en los mecanismos de auto-regulación de los niños y respetarlos.

Los adultos no comemos siempre igual. Hay días y comidas en las que tenemos más hambre y otras en las que menos. Esto no nos asombra. Casi siempre podemos explicarlo si nos preguntan: Es que ayer cené demasiado, hace poco que he picado algo, no acabo de encontrarme bien, o simplemente, ahora no me apetece.

Eso no nos preocupa porque tenemos claro que acabaremos comiendo en cuanto tengamos hambre de nuevo. Nadie se empeña en contabilizar la cantidad y frecuencia de nuestras tomas. Incluso aceptamos que si mi cuerpo no me lo pide en este momento es que es mejor no empeñarme porque lo más normal es que me caiga mal.

Sin embargo, no confiamos en los mecanismos de auto-regulación de los niños. Pretendemos que coman cuando nosotros lo decidimos, y la cantidad que por alguna extraña razón hemos llegado a la conclusión de que es la adecuada para ellos. Y encima esa cantidad es siempre la misma. ¿No lo veis irracional?

Yo insisto mucho a los padres en que mientras el resultado sea bueno (y eso quiere decir que el niño esté sano) debemos respetar en cantidades y frecuencia los impulsos de comer del niño. Cuando no lo hacemos, generalmente intentando que coma más, acabamos insistiendo hasta el punto de hacer al niño desagradable la situación.

Entender lo que es normal en cantidad de comida y evolución del peso.

Para mi gusto, las indicaciones sobre cantidades de alimento que se dan a padres por parte del pediatra, las latas de leche, los potitos y algunos libros harían un gran favor a padres y niños si desapareciesen del planeta. Simplemente son inútiles y generan muchos problemas. Igual que en vuestra casa el padre y la madre no coméis lo mismo (y veis normal que sea así), los niños tienen cada uno un metabolismo muy diferente. Los hay que absorben mejor los nutrientes, los hay más activos, los hay más estreñidos, los hay más dormilones… Pretender dar una cantidad de alimento ideal en función de la edad del niño es absurdo. Pero muchos padres se empeñan en cumplir la norma que han encontrado creyendo que no hacerlo perjudica a su hijo.

La realidad es que, en cada comida, el cuerpo de su hijo pide según sus necesidades (adaptándose en los niños sanos de forma mucho más perfecta de lo que podríamos hacer nosotros con el programa informático más puntilloso).

Cuando la cifra mágica que pretendemos que coma está por debajo de lo que el cuerpo del niño pide, lo dejamos con hambre. Y eso hace que en la siguiente toma coma con más ansiedad, lo que favorece problemas de gases y mala digestión.

Si la cifra mágica está por encima de lo que el niño pide, empezamos las estrategias para que el niño coma más que trataré en el siguiente punto.

Algo parecido pasa con la evolución del peso y las tablas de «normalidad» : El percentil 3 de peso sólo significa que el 3% de los niños sanos de esa edad, tiene un peso por debajo de esa cifra. Pero en cuanto unos padres se enteran de que el peso de su hijo está por debajo de la media, empiezan a preocuparse por cómo hacer que suba. Evidentemente haciendo que coma más de lo que lo hace. Más de lo que su cuerpo le dice que necesita. Esta tontería, por definición afecta a nada menos que la mitad de la población infantil del planeta (la mitad que está por debajo de la media). O sea que es probable que casi la mitad de los padres y madres de este mundo que saben el percentil de peso de su hijo (mejor sería no saberlo y mirar si está sano y punto) desarrollen estrategias para que su hijo coma más de lo que su cuerpo le pide.

Evitar estrategias para aumentar la cantidad de comida y la ganancia de peso.

No respetar los mecanismos de auto-regulación del niño y la preocupación por creer que nuestro hijo no come suficiente o no gana bastante peso son el desencadenante de unas conductas en torno a la alimentación que generan muchos problemas. Voy a describir esas conductas y los problemas que aparecen con ellas:

  1. Pelear con el niño para que coma más. Raramente conseguimos que coma más de 2-3 cucharadas por encima de lo que le apetecía. Pero hacemos de la comida algo desagradable. ¿Crees que a la larga el niño comerá mejor o peor, si hacemos de cada comida una situación desagradable? Más valen 4 cucharadas con gusto que 6 peleando.
  2. Entretener al niño para darle de comer embobado. Poner la televisión, el móvil, el iPad o cualquier otra fuente de imágenes embobaniños, o liar el circo para que coma, no es más que una forma de hacer que el niño coma de forma pasiva. Más tarde o más temprano pretenderemos que el niño coma sólo, y entonces nos quejaremos de que tenemos que darle de comer (eso sí, seguiremos poniéndole los dibujos animados mientras come, amenazándolo cada 10 segundos con apagarlos si no come).
  3. Ofrecer sólo los alimentos que más le gustan. Cuando estamos muy preocupados por la cantidad que come nuestro hijo y vemos que hay alimentos que el niño no quiere tomar, o toma con dificultad y otros que come con más facilidad, tendemos a darle los que prefiere. El resultado es que el niño acaba teniendo una dieta pobre. Lo que es mucho más probable que le genere problemas de salud que comer algo menos.
  4. Ofrecer constantemente comida rápida (galletas, pan, gusanitos, chucherías) o bebidas azucaradas (zumos, batidos, yogur líquidos «para mejorar las defensas») para que al menos tenga algo en el cuerpo. Hacer esto es la forma más segura de que el niño, poco después, cuando le pongamos la comida no tenga las más mínimas ganas de comer.

Otros artículos en los que trato este tema son «El niño que come mal«,  «El niño delgado«, «Los niños que no comen«