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Berrinches a la hora de comer a los 2-3-4 años

Rabietas o berrinches con la comida 2 3 4 años

Si cada comida es una pelea con tu hijo preescolar (2, 3, 4 años) te explico lo que está fallando y cómo solucionarlo sin que vuelvas a pelear y mejorando la alimentación de tu hijo.

Respuesta a la petición de Peketema de esta semana de Gandy en nuestra comunidad de Facebook: “Cómo lidiar con los berrinches de nuestros “adolescentes” de dos años a la hora del almuerzo.”

Los terribles dos años, la época de los berrinches, las rabietas… es un gran desafío para las familias. De repente descubres que tu bebé tiene carácter. Y ¡vaya si lo tiene!

Cuando un bebé es pequeño y se habla de educación, suelo decir a los padres que:

Al bebé se le atiende, al niño se le educa además de atenderlo.

Os lo explico:

Los bebés tienen un cerebro muy básico con capacidad de expresar necesidades biológicas. Si está incómodo, tiene hambre, frío, dolor, falta de estímulos, afecto…. Llora. Y en cuanto suples su necesidad o alivias su molestia deja de llorar.

Un niño ha desarrollado su cerebro y es más complicado. Se parece más a nosotros: Tiene preferencias, deseos y herramientas más elaboradas para lograrlos.

Cuando un niño que ya tiene capacidad para pensar, prever y elegir quiere algo, lo pide. Y si se encuentra una negativa, pone en marcha una serie de estrategias para alcanzar su objetivo.

Empieza haciéndolo con lenguaje, a veces hablado y a veces con gestos.

Pero si hay una negativa reiterada se frustra y manifiesta esa frustración mediante lo que llamamos rabieta, berrinche…

Es cuando empieza esta etapa cuando tiene sentido plantearse la educación de nuestro hijo.

Educar es:

Evitar que tenga acceso a aquello que le perjudica.

Promover conductas que le permitan adaptarse mejor a la sociedad, evitando aquellas que dificultan la adaptación.

Que un niño haga rabietas con estas edades no es un signo de que esté mal educado.

Simplemente está probando conductas innatas para ver las que le permiten adaptarse mejor a su entorno.

La rabieta y la violencia son conductas innatas. Hubo épocas en las que mejoraban la supervivencia de los niños:

El niño violento o que hacía rabietas sobrevivía frente a que no lo era si había 10 niños y comida para 4….

Pero hoy en día preferimos que usen herramientas diferentes, como la inventiva, la oratoria, la colaboración, el pacto, ser zalamero… Son conductas mejor aceptadas y que permiten conseguir los objetivos de forma “correcta” en nuestra sociedad.

Desde esta idea, ahora vamos con la comida.

Hay una serie de ideas erróneas que suelen generar peleas con la comida:

– Come poco.

– Si no le insisto no come.

– Tiene que sentarse a comer.

Voy comentarlas una por una.

Mi hijo come poco

¿Tiene tu hijo actividad para agotarte a ti y todo el vecindario?

Si es así, ¿de dónde crees que saca tanta energía?

La etapa preescolar, comparada con la de lactante es una fase de crecimiento lento, tanto en peso como en talla:

En el primer año de vida se sube alrededor de un 50% la talla y un 200% de peso.

En los 3 años siguientes se gana en torno a un 10% de talla y un 25% de peso cada año.

Como veis hay una diferencia muy evidente. Esto significa muchos menos recursos necesarios para crecer. Por lo que muchos preescolares comen menos que cuando eran bebés.

Si esto no se entiende empezamos a hacer cosas para aumentar a costa de lo que sea la cantidad de lo que come.

Pueden pasar dos cosas:

Que el niño pelee para no comer más y lo consiga, en cuyo caso tu sigues con la pelea, generando una relación cada vez peor con la comida.

Haciendo berrinches cada vez que toca comer.

O que ganes tú y generes sobrepeso.

Ambas opciones son malas.

Pasamos entonces a la segunda, ¿nos creemos de verdad “Es que…?

“…Si no le insisto, no come.”

Yo suelo poner un ejemplo aquí: ¿Habéis tenido mascota alguna vez?

Yo perro durante 13 años. Y no murió de hambre, a pesar de que nunca le di de comer. Mi labor respecto a su comida consistía en ponerle comida en su cuenco. Él venía a comer cuando quería y cuando no le apetecía no lo hacía.

Tengo claro que mi niño no es menos inteligente que mi perro… No tiene estropeado el instinto de supervivencia, y cuando tiene hambre, teniendo comida a su alcance, no va a pasar hambre pudiendo evitarlo.

Luego, si está sano, no hay niño que pase hambre teniendo acceso a la comida, a no ser……

A no ser que haya cosas que distorsionen su conducta alimentaria. 

Si un niño hace un berrinche con la comida es porque:

– Le estás obligando a comer cuando no tiene hambre.

– Le estás obligando a comer cuando tiene más interés en jugar o lograr estímulos para desarrollar su cerebro.

– Le estás obligando a comer cuando tiene sueño.

– Le estás obligando a comer cuando tiene una molestia que le impide comer.

– Le estás ofreciendo un alimento que no le gusta, y aunque tiene hambre, prefiere comer otra cosa.

En los 3 primeros casos, no pasa nada por que no coma si tiene otra necesidad en este momento. Simplemente, ya comerá más adelante. La próxima comida no va a ser en una semana… No se va a morir de hambre antes de que llegue.

Si hay una molestia es evidente que no es cuestión de insistirle en comer, sino de buscar la causa y tratarla.

Y por último, si es que no le gusta la comida, una comida que antes sí tomaba,  la cuestión es si estamos distorsionando la alimentación ofreciendo cosas ricas en azúcar. Cuando lo hacemos, además de producir obesidad, estamos haciendo que poco a poco rechace aquellos alimentos cuyos sabores son menos atractivos en comparación. En este caso la solución no es pelear para que coma lo que debe. Sino para no darle aquello que no debe.

Recuerda que educar era evitar aquello que perjudica al niño. 

El origen de la disputa otras veces no es sobre si come o no, es la forma en la que come…

No hay forma de que se quede sentado comiendo y voy persiguiéndole con la comida

Para los niños de estas edades, comer es una necesidad que se cubre con facilidad. Con lo que comen un poco y en seguida muestran interés por volver al juego.

Muchos adultos pretenden que un niño de 2-3 años se quede sentado mientras todos comemos y hacemos la sobremesa…. Pero para el niño eso no es un estímulo en el que pueda participar. Así que se aburre y quiere levantarse de la mesa en cuanto se siente saciado. Si es que habíamos logrado sentarle….

Tiempo habrá de que acabe portándose como un “caballerito” o una “dama” en unos años. Pero en esta edad es absurdo.

Asegurado el acceso a comida y a una dieta variada, el principal problema en esta edad con la comida son las conductas a las que llegamos para lograr algo que se consigue sólo: Que coma.

Cuando cada comida es un berrinche, quiere decir que estamos distorsionando tanto la relación del niño con ese momento que no le dejamos otra alternativa.

La solución, especialmente en los peores casos pasa por cambios drásticos. Debemos desvincular de la comida todos esos aspectos emocionales.

Para eso, en niños con autonomía para desplazarse y cuyo interés por la comida es secundario lo mejor es ponerles de comer, no darles de comer. Y nunca pelear por ellos para que coman.

Os lo concreto.

Si a partir de ahora en cada una de las 5 comidas del día (desayuno, media mañana, comida, merienda y cena) tu pones el plato de comida para el niño en una mesa baja a la que pueda llegar cuando el quiera.

El plato del desayuno está a su alcance para que venga y coma cuando quiera. A media mañana lo cambias por lo que tú vayas a comer a media mañana. A medio día lo cambias por los que vayas a comer a medio día…

Y te olvidas de la comida.

Cuando él quiera que se acerque, coma y se vaya a jugar. Al ritmo que se lo marque el hambre.

No le ofreces otra comida alternativa. Hay lo que tú vayas a comer. No hay zumos, batidos, galletas, pan…. Hay comida en el plato.

No le entretienes para que coma, no le das de comer, no peleas con él para que coma.

Es lo que hacemos con las mascotas y funciona.

¿Sabes qué ocurre en el 100% de los casos cuando haces esto?

Ninguno se muere de hambre. 

Alguno pelea para que le des aquellos alimentos ricos en azúcar que tanto le gustan en vez de lo que comes tú y debería comer él. Ante lo que debes simplemente negárselos. Y si hace una rabieta debes tener claro que eran tan malos para él que le generaban adicción. Está desenganchándose.

Haciendo esto la comida deja de ser un momento desagradable en el que me impiden jugar y me obligan a comer sin hambre. Pasa a ser algo a su alcance que busca cuando necesita y come sin tanto teatro.

Deja de ser una negociación en la que regateo un poco de buena comida para conseguir la comida de mala calidad.

Pero sé que hay familias para las que hacer esto es “superior a sus fuerzas”. Estás pensando a corto plazo, en que hoy “no se acueste sin cenar”, y empeorando su relación con la comida. No es eso lo que conviene al niño….

Pasar un mal rato y hacérselo pasar a un niño por no cubrirle una necesidad es absurdo.

Perjudicarle a él y su nutrición por no pasar un mal rato, es malo. Y lo paga el niño con su salud futura.

 

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¿ Qué hacer si mi hijo me pega o me insulta cuando se enfada?

Hoy tenemos como invitada a Tania García, Fundadora de Edurespeta, Experta en Educación Respetuosa y Asesora Familiar. Nos explica qué hacer en momentos emocionales tensos con nuestros hijos.

Muchas familias se sienten desbordadas cuando ven como sus hijos, ante las negativas de sus padres, reaccionan llenos de ira, rabia y se lanzan a insultar e incluso a pegar.

La respuesta de los padres, es, normalmente, de frustración, de no entender como su hijo puede llegar a decirles ciertas cosas, o a pegarles.

Todas estas reacciones en los niños, son en su mayoría normales (en niños pequeños), casi todos pasan por esta etapa. Lo importante es cómo acompañen los padres este proceso. Cuanto mejor acompañados estén, antes superarán estos momentos y mejor los conocerán y empezarán a modificarlos.

Para ayudarte a que realices este acompañamiento de la mejor manera posible, voy a ofrecerte varios consejos los cuales voy a dividir en dos partes importantes.

  • La primera parte, a la que llamaremos “cómo comprender”, con la que precisamente nos centraremos en entender los procesos emocionales de los hijos:
  1. Empatía: esta herramienta es la más importante de todas las relaciones, y la que cobra más protagonismo si cabe, en la educación de los hijos. Empatizar es ponerse en el lugar del otro, mirar desde sus ojos. Cuando somos capaces de entender e integrar que los niños no son adultos, y que, por lo tanto, no ven el mundo desde la misma perspectiva, ni tienen que hacerlo…todo cambia, se transforma. Si tu hijo se enfada porque le dices que no puede comer una “chuche” en ese momento ya que es la hora de comer, el primer paso que tu mente y corazón deben dar, es, precisamente, el de comprender sus emociones. Lo que para ti es una “tontería”, para ellos es todo un mundo.
  2. Ejemplo: los hijos son un reflejo de lo que nosotros somos, del cómo les educamos y del cómo actuamos. Si cuando tu hijo se enfada, grita, insulta o se lanza a pegarte, tú reaccionas con menos autoncontrol todavía, ¿ cómo vas a potenciar un buen ejemplo?, ¿ cómo vas a lograr que cambie su actitud ante la frustración si haces lo mismo multiplicado por 1000?. Si damos ejemplo y nos mantenemos tranquilos, pacientes, comprensivos y amables, todo cambiará.
  3. Emoción: si como adultos somos conscientes que nuestros hijos cuando actúan así, simplemente están expresando emociones, emociones nuevas, emociones de manera primitiva, emociones que no saben cómo incorporar en sus sensaciones, emociones que necesitan experimentar, todo mejorará. Que lo único que necesitan es a su madre/padre que les ayude a reconocerlas, a entenderlas y a integrarlas para poder llevarlas mejor. Parece que si los hijos expresan emociones tales como: alegría, felicidad, tolerancia…las acompañamos y valoramos; pero si están enfadados y expresan ira, celos o rabia,  enseguida decidimos ponerles freno.

No hay emociones buenas ni malas. Todas deben ser aceptadas y acompañadas

  • La segunda parte, a la que denominaremos “cómo actuar”; con la que aprenderemos a saber qué hacer en estos momentos:
  1. Control de la ira y frustración adulta: hay que aprender a controlarse como adultos para poder ayudar a nuestros hijos. El primer paso, pues, para actuar bien en estas situaciones es, concretamente, el controlarse. Si no eres capaz de hacerlo, y la ira te domina, trabaja en ello, porque hasta que no te domines a ti mismo, difícilmente vas a poder ayudar a tus hijos a hacerlo.
  2. Acompañamiento y reflexión: cuando tu hijo te pegue o insulte, normalmente guiado por una frustración, no te dejes llevar por tu ira y por el ego adulto, y reflexiona. Piensa qué le pasa, por qué le pasa y reflexiona sobre si realmente el motivo por el que está pasando por eso está justificado y sopesado. En el caso de que fuera así, entonces sólo queda acompañar. Rebajarse a su altura, mirarle a los ojos, utilizar un buen tono y un buen gesto y decirle que comprendemos su enfado, que en su caso estaríamos igual, pero que no nos haga daño ni nos insulte, que nos pone tristes y que nos causa dolor. Poco a poco, con una buena reacción por nuestra parte, irán integrando una manera de “estallar” más pausada.

3. Guía: tú eres su guía, su apoyo, la persona en la que se fija para llegar a ser un adulto feliz, responsable y libre, que respete y sea respetado. Si guías de manera correcta, basándote en la comprensión, todo mejorará, cambiará y se transformará.

“ Para que los niños aprendan a autocontrolarse, sus padres también deben aprender a hacerlo”

Debemos entender que los niños tienen todo el derecho del mundo a experimentar, conocer y expresar sus emociones. Si cada vez que se expresan, se les coharta, increpa, amenaza…nunca van a conocer sus emociones y nunca van a saber cómo autocontrolarse.

Te animo a poner en práctica estos consejos y empezar así a cohesionarte con tus hijos y acercarte cada vez más a sus necesidades emocionales reales.

Si quieres aprender a educar a tus hijos de manera correcta y positiva, como realmente necesitan, anímate a realizar la Formación Intensiva Edurespeta. Empezamos el 4 de mayo…¡Edurespeta ha transformado ya a miles de familias y profesionales!. Puedes informarte haciendo click en la imagen.

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Psicoterapia en niños

Psicoterapia Infantil

¿Cuál es el papel de la Psicología en la Salud de los Niños? Problemas en la Conducta, la Afectividad y la Personalidad de los Niños y cómo abordarlos.

Os voy a confesar que soy un Psicólogo camuflado de Pediatra, o un Pediatra que hace intrusismo en Psicología. No, ya en serio. Me encanta la Psicología Infantil. De verdad, si tuviese que dar un giro a mi actual trabajo tengo claro que dedicarme a la Psicología Infantil sería para mí muy atractivo.

Le doy una importancia crucial a los problemas de índole Psicológica en Niños porque sin duda la forma en que se aborden va a determinar mucho más su felicidad que la mayoría de las patologías «físicas».

Lo que voy a intentar en este artículo es aclarar las principales dudas que surgen a los padres cuando es la Conducta, la Personalidad del niño, lo que está generando un problema.

Padres a los que no les gusta la Psicología

Es lo primero que me encuentro. Hay muchos padres a los que no gusta la Psicología. Todavía hay mucha gente que tiene prejuicios hacia esta especialidad. La visión que mucha gente tiene de ella es muy negativa. Habría que ver qué se ha hecho tan mal en el pasado para llegar a esta situación. Pero hoy en día la Psicología es una Ciencia con toda la fuerza y fiabilidad de otras especialidades Sanitarias.

Pero más que eso en Psicología infantil suelo ver 3 reticencias claras:

  • Para algunos padres llevar a su hijo al Psicólogo es como reconocer que es un Enfermo Mental. Y la enfermedad mental tiene un estigma social muy negativo. Cuando expresan esto les explico que todos podemos mejorar nuestra vida usando la Psicología. Que no es más que la mente que estudia la personalidad humana y la forma en la que nuestra mente funciona. Que un psicólogo es un profesional que puede enseñarnos habilidades que no tenemos o no sabemos usar bien para mejorar nuestra vida. Para acudir a la Psicología no hay que estar enfermo, hay que querer mejorar nuestro conocimiento sobre nosotros mismos y nuestras habilidades para relacionarnos con los demás.
  • Para otros acudir a un Psicólogo es como asumir que no son buenos padres. Es como si pensasen que han fracasado en la educación de su hijo y por eso necesitan que un profesional les ayude. Pero volvemos a lo mismo. Cuando detectamos que nuestro hijo tiene un problema en su personalidad o conducta que le hace más difícil ser feliz no se trata de buscar culpables, sino soluciones. Hay muchas formas en las que se puede ayudar, pero los padres no somos expertos en ellas. Pedir ayuda a un profesional para ayudar mejor a nuestro hijo no nos marca como padres deficientes, sino que demuestra nuestro interés por mejorar cada día.
  • «Mejor no tocar esas cosas». Todavía hay gente que piensa que hay cosas de las que es mejor no hablar, que ciertas cosas son vergonzosas y se tratan en familia, que mover las cosas puede empeorarlas… La realidad es que detrás de todos esos pensamientos hay algo claro, hay un problema. Un problema que está afectando a tal punto nuestro bienestar que hacemos todo lo posible por no afrontarlo, o no sabemos como hacerlo. Es absurdo vivir mal pudiendo ser feliz y los problemas cuando se ocultan no desaparecen, suelen crecer haciendo que nos arrepintamos más tarde de no haberlos enfrentado. En estos aspectos la persona adecuada para ayudarnos cuando no disponemos de las habilidades necesarias o no las vemos es el Psicólogo.

Cómo trabaja el Psicólogo con Niños

Una de las cosas que muchos padres argumentan para no acudir al psicólogo es que el niño si es muy pequeño no va a entender nada de lo que le diga el especialista y si es grande y no quiere colaborar no habrá nada que hacer.

Pero es que el Psicólogo puede trabajar también con los padres. De hecho mientras el niño es pequeño es con quiene actúa, dando pautas a los padres y consejos sobre cómo ayudar al niño a desarrollar habilidades.

Cuando un niño ya es mayor y tiene capacidad de comunicación lo ideal es que haya una buena comunicación con su Terapeuta. Pero incluso cuando el niño se niega a esa comunicación se pueden dar pautas de actuación a los padres que ayuden al niño a desarrollar habilidades y mejorar la situación.

Esto significa que en Psicología Infantil la implicación de los Padres o Cuidadores del Niño en la terapia es esencial.

Pediatría y Psicología

En la Universidad todos los médicos estudiamos Psicología. Evidentemente no lo hacemos en la profundidad que lo hacen los Psicólogos, ya que para nosotros es una asignatura y para ellos es toda la carrera.

Ya en la práctica diaria hay Pediatras a los que nos gusta más o menos el tema y nos hemos formado más allá de lo incluido en la formación oficial de nuestra especialidad.

Cuando los padres nos preguntan damos respuesta a algunos de los temas más básicos.

Pero a pesar de lo mucho que a mí me gusta, la Psicología necesita un tiempo del que raramente disponemos los Pediatras. Para resolver la mayoría de los problemas serios hace falta un proceso de asistencia con bastantes sesiones de no menos de 30-60 minutos de duración y unos conocimientos que los Psicólogos tienen mucho más estructurados y afianzados que los pediatras. Es uno de los especialistas a los que derivo con más asiduidad, a pesar de lo mucho que me gusta el tema. O tal vez precisamente porque me gusta tanto que la respeto mucho y no quiero hacer «chapuzas» en este campo.

¿Modificar la conducta con medicamentos?

A pesar de lo poco que me gustan las generalizaciones y sabiendo que puede no granjearme muchas simpatías entre los Psiquiatras, en esto soy bastante radical:

Para mí se recurre a la Psiquiatría cuando fracasa la Psicología.

En la actualidad tendemos a curarlo todo con medicinas. Es cierto que nuestro conocimiento del funcionamiento del cerebro es cada vez mayor y eso nos ha permitido encontrar muchas de las reacciones biológicas que hay detrás de algunas alteraciones de la conducta. Hasta el punto de que algunas patologías que hace años condenaban a la marginación social, bien tratadas son compatibles en la actualidad con una vida normal. El caso más claro es la Esquizofrenia.

Pero incluso en esos casos la Psicología sigue siendo esencial.

La Psicología nos da herramientas que interiorizamos, de modo que una vez tratados se convierte en una habilidad a la que podemos recurrir cuando la necesitemos. Un medicamento hace efecto mientras se toma y deja de hacerlo cuando se suspende.

Por eso jamás es tratado a un niño ansioso con un ansiolítico. Lo que recomiendo siempre a los padres es que busquen un Psicólogo que les ayude a ellos y a su hijo a resolver las situaciones que están generando ansiedad en el niño y cuando son situaciones que no pueden evitarse enseñe al niño cómo adaptarse mejor a ellas.

¿Cuál es el momento de empezar a tratar a un niño en el Psicólogo?

No hay una respuesta concreta. Cada caso es diferente, depende mucho de cual sea el problema y los recursos personales que el niño y los propios padres tienen para afrontarlo. Lo que algunas familias resuelven sin ayuda puede precisarla en otras.

Yo suelo recomendar que acudan al Psicólogo siempre que detecto un problema de conducta o personalidad que está limitando la vida del niño.

Expresiones como «es que él es tímido», «es que es introvertido», «es que tiene mucho genio», «es que siempre ha sido muy nervioso»… denotan situaciones en las que el plano Psicológico está siendo un problema y está afectando a la vida del niño y de quienes conviven con él.

La importancia de la Confianza y la Conexión en Psicología Infantil

Los problemas realmente importantes en Psicología Infantil suelen ser crónicos. En su mayoría han tenido una larga evolución hasta llegar a la situación actual y no podemos pretender que se resuelvan en una sola sesión.

Como en cualquier relación terapeuta-paciente lo esencial es la Confianza. Es necesario que se confíe en el Terapeuta que trata a un niño con un problema crónico, porque el proceso puede ser largo y tener altibajos, y no hay mejor forma de garantizar el fracaso que cambiar constantemente de terapeuta.

Para que en Psicología haya resultados positivos es necesaria además la Conexión, con los padres y con el niño. Un terapeuta debe ser capaz de comunicarse con ellos. Porque si no lo logra el resultado será nulo. Para que un problema Psicológico se resuelva la comunicación debe ser efectiva en ambas direcciones. Si los pacientes no confían sus secretos al terapeuta este no tiene elementos para diagnosticar y tratar el problema. Si el terapeuta no consigue que los pacientes entiendan el problema y porqué el abordaje que propone puede ayudarles, es difícil que logre que lo apliquen.

Por tanto, si tu hijo tiene un problema de personalidad o conducta que afecta a su día a día, busca ayuda. Y si conectáis bien con el terapeuta, no cambies, confía en él, dale tanta información como puedas y habla con él sobre el diagnóstico y el tratamiento. Resuelve todas tus dudas y desde esa confianza aplica sus consejos, con la paciencia de saber que en ocasiones el camino será largo y con baches.

Pero si no conectas con él, no sientes que te escucha o no te explica todo de forma que lo entiendas, no pierdas el tiempo y busca otro Psicólogo que lo haga.

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Nacimiento de un hermano y celos

Los celos tras el nacimiento de un hermano son una de las preocupaciones que todos los padres tienen cuando esperan su segundo hijo.

Ante esta situación surgen muchas preguntas, centradas casi siempre en cómo afectará al mayor:

¿Cómo se lo tomará el hermano mayor?

¿Qué podemos hacer para que sea algo lo más positivo posible para él?

¿Le traerá el mayor todos los bichitos habidos y por haber del colegio?

¿Cómo se lo tomará el hermano mayor?

Las estadísticas dicen que la mayoría de los hermanos mayores tienen unos 2-3 años cuando nace el segundo hijo.

Ya de por sí esa edad es complicada: Los terribles dos años. Son muchos cambios: Dejar el pañal, escolarización, en muchos casos destete. Es la edad del «no», las rabietas, el pegar…

Para algunos un nuevo hermanito puede ser la gota que colma el vaso.

Pero en la práctica, depende de cada familia y de la personalidad de cada niño. Nada garantiza que otra edad sea más adecuada para planificar la llegada de un hermano.

¿Qué podemos hacer para que sea algo lo más positivo posible para él?

Especialmente en los niños que tienen un vínculo mucho más fuerte con su madre que con su padre, desde que conocemos que va a venir un hermanito, conviene que el padre empiece a ganar protagonismo. Pensad que el día tiene las horas que tiene, y por fuerza la madre va a tener que dedicar más tiempo al recién nacido. Con los niños de esta edad la mejor forma de que el padre llene ese hueco es darle más juego al niño. Y lo recomendable es que esto empiece mucho antes de la llegada del hermano.

Hablad con los familiares, especialmente con los que mejor se llevan con el hermano mayor, para que cuando vayan a casa tras el nacimiento del nuevo bebé, se centren especialmente en prestar atención al mayor.

Implicad al mayor en el cuidado del pequeño, de forma que cuando tenemos que atenderlo el mayor colabore sintiéndose protagonista de la situación.

Si tiene una edad en la que ya muestra sus preferencias (escoge ropa que ponerse, actividades de ocio…) concedédselas en la medida de lo que sea razonable. Y explicarle que lo hacemos porque él ya es mayor. Que vea las ventajas de su condición.

Es frecuente que niños que ya controlaban el pipí o la caca dejen de hacerlo con la llegada de un hermanito, o que duerman y coman peor…

Si ocurre, intentad actuar de forma calmada y no le deis mucha importancia al tema. Debéis entender que el niño mantendrá esas conductas en la medida que se le premie por hacerlas. Y en esta situación regañar a un niño es prestarle atención, es decir premiarlo.

Está claro que cuando algo de lo anterior ocurre es que el niño se siente desatendido (lo que no siempre está justificado, pero él lo siente así). Lo que debéis hacer es tomar nota: No prestar importancia a esas conductas, pero dedicadle más atención fuera de esos momentos. De forma que se sienta más atendido, pero no piense que lo es por hacer la conducta «mala».

¿Le traerá el mayor todos los bichitos habidos y por haber del colegio?

Sí. La mayoría de los hijos únicos no empiezan a ponerse malitos con frecuencia hasta que se escolarizan. El primer año de escolarización suele ser de pillar una tras otra.

¿Y los segundos? Pues como esa primera racha mala del hermano mayor suele coincidir con el nacimiento del segundo, no es raro que empiecen a enfermar antes. Le traen el trabajo a casa.

Ante eso, muchos padres se agobian e intentan mantener al mayor alejado del pequeño. Os aclaro una cuantas cuestiones:

  1. Los virus tienen más capacidad de contagio que nosotros de alejar al hermano mayor. Si tiene que pillarlo, lo va a pillar, aunque no le tosa en la cara.
  2. Los primeros cuatro meses de vida la mayoría de los niños pequeños no enferman, y no lo hacen porque tienen los anticuerpos que su madre les ha pasado durante el embarazo. Si es un germen contra el que la madre no tiene defensas, seguramente la madre lo va a pillar ella también del hermano mayor y será la madre la que acabe contagiándolo al pequeño. Con lo que separar al mayor del pequeño en enfermedades contra las que la madre tiene defensas es innecesario, y en las que la madre no está inmunizada es inútil.
  3. Que empiece a enfermar antes también significa que cuando empiece la escolarización el niño pequeño estará ya más inmunizado y tendrá menos infecciones.
  4. Alejar al hermano mayor del pequeño, por evitar infecciones o porque no nos fiemos de sus reacciones es la mejor forma de que el mayor vea al pequeño de forma negativa y no lo asimile como algo natural en su vida.
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El niño que pega

Una de las conductas que más preocupan a los padres es que su hijo pegue. Suele aparecer a partir del año y si actuamos bien puede aprender que no es bueno.

Conforme el niño crece, va adquiriendo la capacidad de hacer cada vez más cosas. Algunas las consideramos positivas, pero otras no tanto. Vamos a hablar de los niños que empiezan a pegar y cómo actuar durante los primeros años parar reducir esa conducta.

Que un niño pegue es algo muy mal visto. La progresión de la sociedad se ha basado entre otras cosas en la contención de la agresividad.

Pero es normal que todos los niños lo hagan. En realidad no es sino la evidencia de que ya tiene la capacidad de hacer daño. Lo importante en los primeros momentos es entender que cuando pega por primera vez no sabe en realidad lo que está haciendo. No usa su fuerza con intención de dañar. En la mayoría de los casos, la primera torta que cualquier padre se ha llevado aparece porque el niño se emociona mientras juega con nosotros o porque ha agitado la mano para «defenderse» de nosotros durante un juego y lo ha hecho con «puntería». En esas ocasiones la postura más lógica es no darle importancia.

Pero poco a poco sí que empieza a hacerse consciente de que esa acción hace daño. Y en algunos casos empieza a hacerse cada vez más frecuente.

Parte de las funciones de la educación es el hecho de modular las capacidades que el niño adquiere en su desarrollo. Y si lo entendemos desde una visión respetuosa, lo que buscamos es fundamentalmente el bien futuro del niño.

En este caso concreto, si el niño no entiende que pegar no es una conducta adecuada, tendrá problemas serios en el futuro, porque la sociedad no admite la agresividad como medio para conseguir las cosas, ni como expresión aceptable.

En educación hay que entender algunas claves:

  1. Los resultados no son nunca inmediatos. Educar es un proceso, diferente en cada niño en cuanto a su duración y en la forma en la que se pueden conseguir resultados. Seguro que vamos a llevarnos muchos tortazos, bocados o arañazos antes de que nuestro hijo entienda que no debe hacerlo.
  2. En el fondo una de las cosas que buscamos es que el niño aprenda a convivir con otros en el futuro. Debemos pensar cómo actúa la sociedad frente a una conducta negativa para saber cómo le resultará más fácil al niño entender la reacción de los demás en el futuro. Y dentro de un ambiente más comprensivo y cariñoso del que encontrará después enseñarle cuál es el resultado de su conducta. Debemos escoger el mensaje que queremos transmitir.

Cuando hablamos de niños que pegan, hay quien reacciona con la idea de «el niño va a entender que puestos a pegar yo lo hago más fuerte». El problema es que el mensaje que comunicamos al niño es que la agresividad es una forma válida de imponer cosas a los demás y de conseguir objetivos. Mientras sean los padres los más fuertes tal vez eso funcione, pero ¿qué pasará el día que nuestro hijo sea más fuerte que nosotros?

Además, aunque pensemos sólo a corto plazo, conseguiremos «contener» al niño ¿a qué coste? Haciendo que nos tema en lugar de querernos y respetarnos.

Recurrir a la violencia como herramienta educativa no es sino un fracaso de nuestra capacidad como padres de lograr un objetivo sin perder el afecto y el respeto de nuestro hijo.

Hay soluciones mejores sin duda.

Yo la que os propongo es la siguiente:

Si estás jugando con tu hijo y de repente te pega, muerde, escupe, grita o agrede de cualquier otro modo, levántate y aléjate de él. Y pon cara de pena. Hay que ser algo teatrales. La reacción habitual de la mayoría de los niños pequeños ante esto es de sorpresa. Y a los pocos segundos acude a buscarte para que vuelvas a jugar con él y extrañado de que te hayas marchado.

Es en ese momento cuando debes explicarle que te ha hecho daño, que eso no te gusta y que volverás a jugar con él, pero si vuelve a hacerte daño no jugarás y te marcharás de nuevo.

Esa misma conducta hay que repetirla cada vez que el niños nos agreda.

¿Cuál es el mensaje que le transmitimos? «Si haces daño a las personas que quieres, se alejan de ti.» Esto es lo que pasa en la realidad. El agresivo acaba sólo, en una cárcel o fuera de ella, pero los que lo quieren acaban abandonándolo uno tras otro.

Además logramos algo importante y es que el niño desarrolle la empatía: la capacidad de ponerse en el lugar de los demás y entender sus sentimientos, identificándose con ellos. La mayoría de las personas agresivas lo son porque carecen de empatía.

Si actuamos así, conseguimos que el niño nos respete, porque le queremos, nos quiere y entiende que si nos hace daño nos sentimos mal. Y si el afecto preside nuestra relación no querrá hacernos sentir mal.

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Los terribles dos años

A veces los niños sufren cambios que parecen bruscos. A los dos años hay cosas llamativas en la conducta.

Recuerdo que refiriéndose a la pubertad mi padre decía en muchas ocasiones: «de pequeños estaban para comérselos, y de grandes, que pena de no habérselos comido.»

Pero eso es algo que muchos padres piensan mucho antes: Algunos lo llaman los «terribles dos años» o la «crisis de los dos años». Se puede resumir en una palabra: «No.»

Vamos a intentar entenderlo, porque sólo entendiéndolo se dota uno del arma más necesaria en esa situación: La «santa paciencia».

El desarrollo de los niños no es lineal, y además cada niño tiene sus variantes. Pero en torno a los dos años es frecuente que los padres noten algunos cambios significativos en la conducta de su hijo. Es la etapa de las rabietas, de llevar la contraria a todo, suelen ser más frecuentes las pesadillas, los miedos y los terrores nocturnos. En resumen, que cuando parecía que íbamos tomándole el tranquillo a esto de criar niños se nos desmonta todo.

Encima es para muchos niños su primera invierno de escolarización, y algunos no paran de pillar infecciones. Otros empiezan a seleccionar la dieta y a no querer comer alimentos que hasta entonces aceptaban bien.

Vamos a añadirle que llegamos a un nivel de razonamiento y de lenguaje que le permite escoger y expresar sus elecciones, pero aún de forma imperfecta (lo que le genera frustración si no es entendido).

Suele juntarse con todo esto que parece que toca quitar el pañal y el chupe (si lo tenían). Y que en muchos de los que siguen con el pecho empieza el destete (evidentemente se puede seguir por encima de esta edad).

Si a todo este panorama le sumamos un hermanito recién nacido (los dos años son la cadencia más habitual entre hermanos) la tenemos pero bien liada.

¿Cuál es la clave del problema? Autonomía.

Voy a intentar explicarlo: Al principio los padres solemos agobiarnos porque los niños son seres totalmente indefensos. Dependen para todo de nuestro cuidado. No es raro que eso suponga para muchos padres la mayor responsabilidad que se ha asumido en la vida.

Pero va pasando el tiempo, vamos conociendo a nuestro hijo y empezamos a entender sus necesidades, cómo nos las expresa y cómo cubrirlas. Incluso empezamos a entender que tenemos cierto margen de maniobra y que podemos escoger entre formas difrentes de suplir sus necesidades.

Cuando esto ocurre, empezamos a tener la sensación de que dominamos la situación y que hasta podemos escoger la forma de hacer las cosas que mejor se amolda a nuestras preferencias.

Pero entonces, de repente, el niño adquiere la capacidad de hacer cosas de forma autónoma, o de no hacerlas… Y eso es nuevo. De repente, perdemos la capacidad de planificar mínimamente, porque él empieza a tener iniciativa de temas que antes ni se planteaba (lo que quiere hacer en este momento y lo que no, o sus preferencias, escoge ropa, comida, juegos, juguetes, compañía…), y además empieza a expresarlo de forma clara.

Se está definiendo su personalidad. Y eso quiere decir que disfruta escogiendo las opciones que más le gusta, y al mismo tiempo, que le disgusta tremendamente que no se respeten esas elecciones.

Como decía al principio aparecen:

El no. Es decir, la capacidad de escoger no hacer lo que hemos planeado nosotros y le incluye.

La rabieta. Es su forma de expresar la frustración cuando no consigue que los demás se sumen a su elección.

La agresividad. Es una forma de rabieta que se expresa con violencia porque su capacidad de hacer daño es ahora mayor. Al principio no interpretan que hacen daño. Poco a poco lo identifican y ante eso hay niños que abandonan la violencia y otros que la intensifican. Depende mucho del vínculo afectivo, de los ejemplos que tiene en su entorno, y por supuesto de la propia personalidad del niño.

La clave general es entender que esto es uno de los procesos de cambio necesarios para su desarrollo. En el futuro esperamos que sea cada vez más autónomo.

Lo que recomiendo a los padres es que ante cualquier elección del niño que no se amolda a nuestra idea inicial valoremos:

– Lo que ha escogido el niño es una alternativa aceptable: Cede. Refuerzas su autoestima y le muestras que eres flexible cuando puedes serlo.

– Lo que ha escogido podría aceptarse pero en este momento prefieres no hacerlo: Valora si ante una conducta de presión por parte del niño vas a ceder. Si es así, no esperes a que haga una conducta que no deseas (como la rabieta) para ceder tras ella.

– Es claramente una opción no aceptable: Pues toca aguantar, a pesar de la rabieta. Y tras ella con cariño, con paciencia, explicar porqué no es posible y que usando ese medio no va a conseguir las cosas.

Lo desesperante de todo esto, es que incluso haciéndolo bien, los resultados no son nunca inmediatos. Pero en eso consiste la educación y por eso es tan difícil ser buenos padres.

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El niño obediente

Hay niños más «obedientes» que otros. Algunos no obedecen a nada de lo que se les dice. Cómo pueden actuar los padres ante esto.

Hablar de «obediencia» en niños tiene mucha carga negativa hoy día. Sobre todo cuanto menos contacto tiene uno con los niños. Cuando uno es padre, y especialmente si lo es de un niño que no hace caso nunca, las frases «debemos respetar la autonomía del niño», la «educación es afecto no autoritarismo»… Y otras similares, que suenan muy bien y se dicen mucho, empiezan a perder bastante su brillo.
Para abordar este tema sin remilgos, creo que hay que ser claro: La relación de los padres con el hijo no es una relación entre iguales. Debe buscarse que acabe siéndolo, pero es absurdo tratar como un igual a alguien incapaz de entender el entorno en el que vive y las consecuencias de sus actos.
Al final, es hablar de un término poco popular hoy día del que ya tengo otro artículo: Autoridad.
Hay quien con el niño desobediente cree que hay que tener mano dura: No.

La mejor forma de conseguir que un niño acepte hacer lo que le digamos sin discutirlo es una suma:

Amor+confianza+firmeza.

Las tres son difíciles de conseguir y fáciles de perder.
Con «mano dura», se pierde el afecto, la confianza no existe y la firmeza es sólo aparente.

Explicar a fondo este tema daría para un libro completo. Pero os voy a dar algunas claves:

– No queremos un niño sumiso. Sino uno que acepte nuestra ayuda cuando intentamos protegerlo.
– No queremos un niño que nos tema. Sino uno que valore nuestros consejos.
– No queremos un niño sin iniciativa. Sino uno que tenga paciencia cuando es necesario

Cómo conseguimos un niño no obediente:

Si basamos nuestra relación en la confrontación y el dominio.
Si haces de la relación con tu hijo una guerra por el dominio, ten claro que quien va a ganar es él. Él puede dedicar las 24 horas del día a esa guerra. Tú no.
Es mucho mejor basar la relación en el afecto. Si tu hijo se pone insoportable en cualquier momento, dale un abrazo y dile que lo quieres. Te sorprenderá el resultado.
Si perdemos los nervios. Lo más potente que existe en educación es el ejemplo. Si tú pierdes los nervios acabarás conviviendo con un niño que los pierde cuando no controla una situación. ¿Es eso lo que quieres?
Si usamos la violencia. Puede funcionar mientras seamos los únicos capaces de ejercerla. Pero lo que el niño aprende no es que es bueno escuchar lo que mis padres me dicen. Lo que aprende es que ejercer la violencia es un método que funciona para conseguir cosas. ¿Es eso lo que quieres que piense el día que él pueda ejercerla?
Si saturamos continuamente con órdenes. A veces tendemos a querer controlar lo incontrolable. Un niño no es un adulto pequeñito. No puede «estarse quieto» y «tener cuidado» con esto y aquello y lo de más allá. Por naturaleza, son impulsivos y no tienen la experiencia para cuidar de las muchas cosas que los adultos controlamos al hacer cualquier actividad. ¿Recordáis cuando aprendíais a conducir, no os parecía imposible manejar el volante, vigilar todos los ángulos del vehículo y al mismo tiempo controlar las marchas, los intermitentes. Pues si eso te costó siendo ya adulto, piensa lo que supone para un niño comer sin derramar la comida mientras ve sus dibujos animados favoritos y tú le das indicaciones continuas.

Cómo hacerlo bien:

Amor. Los niños necesitan afecto. Todos lo necesitamos. Pero para ellos es una necesidad aún más esencial. Y una tendencia natural es querer complacer a las personas a las que quieres. Por eso, lo niños que se sienten muy queridos por sus padres tienden a complacerlos. Esto no es el único factor, y por tanto si un niño no nos obedece no podemos deducir que no nos quiere o no se siente querido. Pero una relación en la que el afecto es evidente facilita mucho las cosas.
Confianza. Obedecer significa hacer las cosas de un modo concreto sin entender porqué, simplemente porque nos lo pide alguien. Alguien en quien confiamos. Y ¿cómo se gana la confianza de un niño? Pues entre otras cosas siendo fiel a nuestra palabra. Cuando cumplimos lo que decimos, nuestra palabra gana valor para el niño. Si hablamos continuamente prometiendo cosas que no cumplimos o amenazando con acciones que sabemos que no haremos, acabamos transmitiendo al niño que escucharnos es irrelevante.
Firmeza. Para que funcione como debe, hay que escoger muy bien cuando usarla. Eso de «lo voy a hacer así para que sepa quien manda» es una soberana estupidez. Lo que hagas con firmeza hazlo porque estés convencido de que es lo mejor para tu hijo, no para demostrarle nada, sino para protegerlo. Esa es la única justificación válida para ser inflexible con un niño. Y ¿en qué consiste esa firmeza? En no dar aquello que sabes que le perjudica, no facilitar que consiga lo que le perjudica o directamente a veces privarle de lo que le perjudica.

Sobre todo, la clave es pensar antes de actuar.
Y tener claro que en educación, aún haciendo las cosas bien los efectos nunca son inmediatos. Pero que con el tiempo el esfuerzo por hacerlo bien siempre se nota.

A los que queráis profundizar más en este tema os recuerdo que tengo un eBook sobre el tema:

Crianza y Educación.

Crianza y Educación Entre el amor y la responsabilidad
 

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Rabietas en niños

Rabietas en niños

Esta semana se me ocurrió que sean los lectores los que decidan los temas que más les interesan.  Es algo así como que me hagáis una consulta comunitaria. Un Peketema.

De modo que en mi página de Facebook pedí que añadiéseis como comentario el tema que os gusta y escribiría esta semana un artículo sobre el que recibiese más «me gusta».

Algunos temas se han solapado un poco. Hay varias entradas sobre la dermatitis atópica. Pero el tema que se ha llevado el «premio» ha sido el de las rabietas en niños. Ha sido propuesto por tres personas:

Inma Bech Ruiz Rabietas en niños 16 Me gusta

Almudena Sanchez Perez Educación y saber estar desde temprana edad 14 Me gusta

Manoli Jimenez Arroyo Niño difícil respecto a rabietas y querer salirse siempre con la suya 3 Me gusta

Sumados ganan por goleada. Ha habido otros temas muy interesantes a mi parecer y de los que intentaré ir escribiendo poco a poco. Pero sobre el peketema ganador, Las Rabietas en niños, aquí tenéis mis consejos. Ahora faltan vuestras opiniones para enriquecerlo.

Las rabietas de los niños son algo especialmente común entre los 2 y los 4 años. Aunque algunos niños las empiezan antes de esa edad y otros siguen sufriéndolas (y haciéndolas sufrir) por encima de esa edad.

¿Qué es una rabieta?

Es una manifestación de que el niño no es capaz aún de manejar la frustración.

Desde el momento que un niño empieza a ser consciente de que es un ser independiente, y que para conseguir algunas cosas necesita la colaboración de otros, pueden aparecer.

Los niños en principio tienen necesidades y piden que se resuelvan. Y lo hacen del modo en que consideran más eficaz a su alcance.

Un niño pequeño no establece diferencias sutiles. Y cuando quiere o necesita algo, muestra su necesidad. Cuando no se le da lo que pide, se frustra y muestra su enfado. Y si sigue sin recibir lo que pide, el enfado va a más: Grita, pega, tira cosas, insulta, dice cosas “feas”…

Es una fase normal. Es la forma instintiva de responder a la falta de colaboración de los que le rodean.

Las rabietas son una de las conductas instintivas que todos tenemos codificadas en nuestro ADN para lograr lo que buscamos. Y están ahí porque hubo épocas en las que hacerlas era adecuado. Si pensáis en etapas anteriores de la humanidad en las que en una tribu había 15 niños y comida para 5, hacer rabietas, ser agresivo…. eran conductas que decidían la supervivencia. “El que no chilla no mama…”

De hecho, en esa época, cuando un niño pequeño peleaba más que los demás para lograr la comida apartando a los otros a tortas, los padres sacaban pecho: “el mío va a ser el jefe de la tribu…”

Pero esto ha cambiado. En la actualidad pegar o hacer una rabieta no funciona en nuestra sociedad. Si haces una rabieta delante del concesionario de BMW, no te van a dar un X6 (si lo hacen, avísame…).

En la actualidad hay conductas como la colaboración, convencer a los demás con argumentos, la zalamería, el pacto, el cumplimiento de normas… que funcionan mejor. Y lo que hacemos al educar es enseñar a nuestro hijo cuáles de todas las posibles conductas funcionan mejor.

Dependiendo del carácter del niño y de lo que nosotros hagamos cuando aparece una de estas situaciones, cederán antes o después las conductas inapropiadas y las sustituirá por otras que sí funcionan.

De hecho el carácter del niño está formándose y algunos aspectos se reforzarán y otros se suavizarán, dependiendo de nuestra forma de responder a su conducta.

Por tanto, en primer lugar, como padres, es importante que entendáis esto:

–        Que vuestro hijo tenga rabietas no quiere decir que seáis malos padres. El que más y el que menos, todos las tienen durante un tiempo.

–        No es que vuestro hijo sea “el niño del exorcista”, pura maldad y deseo de amargaros la existencia. Es normal. Y está empezando a definir su carácter y conocer los límites del ambiente que le rodea.  Eso es bueno. Pero no siempre es fácil.

Para reducir y manejar mejor las rabietas hay cosas que los padres podemos hacer.

Antes de la rabieta: Prevenir.

Hay situaciones en las que es previsible que va a sufrir la rabieta.

Ejemplo:

“Dando un paseo se nos ocurre meternos en una tienda de juguetes, por mirar, que no vamos a comprar nada…”

“Tengo prisa para volver a casa, puedo pasar por esta calle que tiene los columpios, o por la paralela que no. Pues echo por la de los columpios que tardo 10 segundos menos…”

“Hay cierto detalle de decoración que yo sé que al niño le gusta. No quiero que lo rompa, pero lo dejo a su alcance…”

Y hay situaciones casi inevitables:

“Los supermercados, que conocen bien el tema, ponen los expositores de chuches y juguetes cerca de la caja, para que cuando los padres vayan a comprar comida (eso no hay más remedio) con sus hijos preescolares “caigan en la trampa” mientras hacen cola. Eso no puedes evitarlo, pero si descubres un supermercado en el que no son tan “estrategas”,  puedes comprar en ese y no en el de la “trampa mortal”.

Evitar situaciones como estas precisa pensar las cosas antes de hacerlas. Pero en la mayoría de los casos merece la pena el esfuerzo.

En el momento: Calma y cabeza.

Cuando vemos que empieza a liarla, antes de llegar a la crisis, piensa:

–        ¿Puedes darle lo que pide sin perjudicarle? Dáselo. Antes de que la cosa vaya a más y empiece a hacer conductas que no quieres premiar, dale lo que pide.

–        Si no lo has hecho, con toda la tranquilidad del mundo, toca aguantar. Si un niño pega, grita, insulta… y es entonces cuando logra lo que pedía. La próxima vez que quiera algo pasará antes a la fase de pegar, gritar e insultar, que es la que le funciona. Y apúntate que si ha sido por algo que podías haberle concedido sin problema, la culpa ha sido más tuya que suya. La próxima vez piensa un poco antes de decirle que no.

–        Y si la petición en cuestión es claramente perjudicial para él concederla: Toca tranquilidad y aguante. Pegue, grite, insulte o tramite una denuncia por triplicado, la solución no es darle el cuchillo jamonero para que juegue con él o dejarle que meta la mano en el fuego o meta la aguja de punto en el enchufe… Ni tampoco por supuesto pegar más fuerte que él, gritar más alto, o insultar de forma más hiriente que él. La crianza respetuosa no es criar respetando todas las peticiones del niño, sino actuar respetando en primer lugar lo que beneficia al niño, a corto y a largo plazo. Y contradecirlo hasta donde haga falta si algo le perjudica, no es ser poco respetuosos con nuestro hijo. Es ser responsables como padres.

Después de la crisis: Afecto y diálogo.

Una vez que la crisis ha pasado, hemos llorado todos un poquito y ha bajado la temperatura de la sangre, da tu siempre el paso de ofrecer tu afecto.

Dile claramente: “No estoy enfadado y te quiero, ¿me das un abrazo?”

Cuando se entregue al abrazo (si lo la habéis soltado aún, ahora podéis soltar la lagrimita) es el momento de explicarle con toda la calma y el afecto que podáis porqué le hemos dicho que no y hemos mantenido nuestra postura. Y porqué gritar, pegar, insultar… no es una forma de conseguir las cosas y papá y mamá no van a darle nunca lo que pida de ese modo.

Como en cualquier otro tema de educación, los resultados no son inmediatos. Las cosas se aprenden a fuerza de prueba y error. Algunos lo entienden con 3 veces y otros con 30. Pero como es vuestro hijo y vosotros sois sus padres os toca repetir la operación las veces que haga falta y con la máxima tranquilidad y el mayor afecto por vuestra parte.

Si sois constantes los resultados acaban llegando. Si os dejáis llevar por la solución fácil y el salir de cada rabieta como más cómodo resulte, vais a tener problemas para rato: Hay adultos que siguen pensando que pegando, gritando o insultando se consiguen las cosas. Ya se encarga el resto del mundo de demostrarles lo que, por desgracia para ellos, no les enseñaron sus padres.

Peketema 2

 

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Crianza y Educación Entre el amor y la responsabilidad