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¿Es lo mismo para un niño tomar fruta que zumo?

Muchos padres ofrecen zumo de frutas a sus hijos pensando que es sano. No es una buena solución. El pediatra explica porqué.

 

A muchos niños no les gusta la fruta. Ya desde el principio, cuando se la damos por primera vez a un bebé, suele poner caras raras.

No es extraño. Su sabor es ácido. Y la mayoría de los niños prefieren el dulce.

Esto no es siempre así. A muchos niños les encanta la fruta.

Pero en los casos en que no la aceptan hay un problema.

Los padres tienen claro que la fruta es rica en vitaminas, y se preocupan si su hijo no la toma.

En ese momento, aparece el zumo. Lleva vitaminas y la mayoría de los niños que no quiere comerla, acepta bien el zumo de fruta.

Ahí tenemos varias opciones:

Zumo natural hecho en casa.

Zumo envasado.

– Mezcla de zumo con otras cosas.

Respecto a los zumos envasados y mezclas de zumo con otras cosas: En muchos casos llevan añadido azúcar. No es por maldad.

El sabor dulce gusta, y además compensa el ácido. Y si al consumidor le gusta más, lo compra frente al de la competencia.

Como ya tiene cierta mala fama el tema del azúcar, hay muchos que basan parte de su publicidad en «sin azúcar añadida».

Pero ahí, también hay trucos: Puedo no añadir azúcar como tal, pero añadir extracto de zumo de uva o piña. Se buscan extractos especialmente ricos en azúcar «natural», para añadirlos a otros zumos.

El resultado vuelve a ser un zumo «enriquecido en azúcar«.

Pero, ¿y si le hago yo el zumo a mi niño en casa?

El zumo natural no es malo en sí. Pero es una versión muy pobre de la fruta.

Para hacernos una idea, la diferencia entre el zumo y la fruta es la misma entre una ensalada de remolacha y un terrón de azúcar.

El problema de verdad es que le quitamos la fibra. Y es la fibra la que hace que la fruta y la verdura sean formas sanas de tomar hidratos de carbono. Es decir azúcares.

Las vitaminas son importantes. Pero lo es aún más la forma en la que se absorve el azúcar. Porque en la actualidad, las carencias de vitaminas son algo mucho menos frecuente y grave en nuestra sociedad, que la obesidad infantil.

Podemos entender con facilidad la diferencia:

Cuando tomamos fruta completa, la fibra enlentece la absorción de azúcar, con lo que los niveles de azúcar en sangre se mantiene en cifras suficientes para eliminar el hambre, sin llegar al nivel en el que el azúcar sobrante se almacena en forma de grasa.

azúcar con fibra
Absorción de azúcar con fibra: Sano

Pero cuando tomamos zumo, hemos eliminado la fibra. Eso hace que el azúcar se absorba rápidamente. Sube hasta niveles en los que sobra azúcar, que se almacena en forma de grasa. Y baja en seguida, con lo que se vuelve a tener hambre.

Absorción de azúcar sin fibra.
Absorción de azúcar sin fibra: No es sano.

Hay bebidas azucaradas peores para la salud que los zumos, y evidentemente si estos son naturales, es mejor que los envasados.

Pero la realidad es que la forma sana de tomar fruta, es con su fibra.

Y como bebida, la única realmente sana es el agua.

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El niño que come mal

Si tu hijo come mal, tiene solución. Si de verdad quieres arreglarlo ¡cambia ya!

 

“Mi niño no me come nada”.

Es el problema (no enfermedad) más frecuente por el que consultan los padres y cuidadores de menores de 4 años.

Pone a prueba la paciencia de cualquiera, porque además es evidente, lo que hace que todo el que hay a su alrededor quiera «solucionarle» el problema a los padres.

La exposición del problema cuando me lo dicen en la consulta suele terminar con una de estas dos coletillas:

  1. ¿No le podría mandar unas vitaminas?
  2. Le he dado «tales vitaminas» y mientras se las ha tomado ha comido (en el mejor de los casos), pero ya he dejado de dársela y está de nuevo igual.

¿Que se hace entonces con un niño que come mal?

Desde luego no mandarle «vitaminas».

Las «vitaminas» que hay en el mercado son de dos tipos:

  1. Complejos vitamínicos: Se dieron con más frecuencia en épocas anteriores en las que aún se veían en nuestro país los efectos del hambre. En realidad están indicadas en situaciones en las que pese a comer de forma adecuada hay una enfermedad que impide que se absorba una vitamina en concreto o todas en general (por ejemplo personas a las que se ha extirpado una parte del intestino por un cáncer). Estas vitaminas no dan hambre. La única razón por la que las mandan algunos médicos es intentando suplir parte de las faltas que hay en la dieta del niño. Son un parche, porque el niño no va a tomarlas toda la vida, y porque hay otros muchos componentes de una dieta sana que toma mal y son tan necesarios o más que las vitaminas.
  2. Antianoréxicos: Son fármacos cuya función es abrir el apetito, lo que hacen actuando a nivel cerebral sobre algunas sustancias que regulan el funcionamiento de las neuronas (serotonina). Sus efectos secundarios no están claros y en cualquier caso no se pueden dar de forma indefinida.

Aunque un día se descubriera un fármaco que de forma infalible diera ganas de comer y se pudiese tomar durante toda la infancia tampoco estaría indicado. Porque no soluciona el problema de base. Sería como tener un tumor cerebral y conformarnos con tomar simplemente algo que nos quite el dolor pensando que si no duele ya no hay tumor.

Bueno, pues después de descubrir que todo lo que hemos hecho hasta ahora no sirve, ¿qué pasa? ¿Es que el problema no tiene solución?

Pues si. La tiene, pero es más complicada que dar un jarabe.

Tiene la ventaja, eso si, de que es más fácil de aplicar cuanto más desesperados estén los padres y cuantos más «remedios milagrosos» hayan probado ya.

Hay que tener claras varias cuestiones antes de empezar:

Edad: Hay varias épocas claves en las que suele aparecer el problema:

  • Antes de la introducción de la alimentación complementaria, cuando aún toma sólo leche.
  • A partir de la introducción de la alimentación complementaria.
  • A partir de la pubertad.

El primer grupo es el menos frecuente, son lactantes que no toman bien la leche, que es su único alimento.

Hay que distinguir un punto clave: ¿Ganan peso o no?

Los que ganan peso es que comen lo que necesitan (aunque no sea todo lo querrían sus padres).

En ese caso el problema no es del niño, sino de los padres que deben entender que piensen lo que piensen, independientemente de lo que diga la experta cuñada, abuela o vecina o hayan leído, el niño come lo que necesita y no tiene porqué comer más.

Otro motivo de tener un peso normal y la sensación de que no come bien es el cólico del lactante: Son muy ansiosos comiendo pero al poco de empezar a comer lo dejan enfadados y en menos de una hora están de nuevo llorando y se vuelven a poner a comer con mucha ansiedad para volver a dejarlo enfadados enseguida.

Su problema es que al comer con tanta ansiedad, enseguida se empachan entre leche y gases.

Le duele la barriga porque el estómago está para reventar, pero como gran parte de lo que ha tragado es aire, sigue con hambre, y al intentar tragar y ver que no puede porque le duele, se cabrea.

Y al no poder acabar de comer a gusto al poco rato vuelve a tener hambre y se pone cada vez con más desesperación a comer porque no consigue saciarse.

Los que no comen bien y no ganan peso son los que deben ser estudiados para descartar, entre otras cosas, infecciones de orina, intolerancia alimentaria o problemas del metabolismo.

El último grupo de edad (en la pubertad) es el que realmente puede corresponder a anorexia nerviosa, siendo su tratamiento fundamentalmente psicológico.

Dejo para el último el grupo de en medio, porque es el más frecuente y con diferencia el que creo que se enfoca peor, tanto por los padres como por muchos médicos.

Todo lo que voy a explicar a partir de ahora es aplicable a este grupo:

Los niños que empezaron a comer mal a partir de la introducción de la alimentación complementaria (sobre todo a partir del segundo año, cuando ya estaréis desesperados y el niño debería comer de todo).

Dos ideas:

1º Todos los seres vivos de este planeta han desarrollado a lo largo de su evolución un instinto que garantiza su supervivencia: el hambre.

Tu hijo no es una excepción.

Es un problema cada vez más frecuente, como lo es también la obesidad infantil (son dos caras del mismo problema).

Y dado que no es causado por una epidemia de «virus quitahambre-engordaniños», la causa debe estar en una serie de cambios sociales cada vez más evidentes:

  • La excesiva oferta de alimentación en nuestra sociedad.

Sobretodo a costa de alimentos elaborados de fácil ingesta y sabor agradable en los que prima la capacidad de venderlos (y para ello los gustos de los niños) sobre la calidad nutritiva: Refrescos, zumos, batidos, derivados lácteos, bollería industrial, frutos secos y demás chucherías…

La edad a la que los niños empiezan a tomar todas estas basuras es cada vez menor (empezando generalmente por los «gusanitos», los zumos y el trozo de pan, o el chupe mojado con azúcar o incluso con miel).

  • La falta de ideas claras de los padres (y de muchos médicos) sobre educación infantil y sobre los mecanismos que regulan el hambre.

Lo que regula el hambre es fundamentalmente el nivel de azúcar en sangre:

Cuando baja sentimos hambre, cuando sube el hambre cede.

La principal razón por la que muchos niños no comen bien es que tienen este mecanismo totalmente alterado, porque lo hemos alterado.

  • Antes la crianza de los niños era cuestión de mujeres y se las educaba para ello. Con la revolución feminista se ha pasado a considerar esta educación como sexista por lo que es cada vez más rara, no educándose ahora para el cuidado de los hijos ni a las mujeres ni a los hombres.

Por que si algo somos a la hora de adoptar soluciones es cómodos.

Lo mismo pasa con la cocina.

Resultado, como ya no saben cocinar ni hombres ni mujeres y además no tienen tiempo, pues comida rápida y que les guste a los niños para que tardemos lo menos posible en que se lo tomen, que hay que ir a trabajar.

  • Los niños pasan a lo largo del día por cada vez más manos.

Antes eran responsabilidad exclusiva de los padres (generalmente de las madres), hoy pasan por unos padres estresados (indistintamente padre o madre en función del horario laboral), por unos cuidadores en la guardería y por familiares, generalmente abuelos a los que la naturaleza, que dicen que es sabia, retiró hace tiempo la capacidad de tener hijos porque a estas alturas no están en condiciones de aguantarlos.

El resultado es que el niño pasa tiempo durante el día con varias personas, cada una con su criterio de como hacer las cosas, unos más estrictos y otros más complacientes.

Cuando sucede esto el niño acaba adaptándose a la situación y «sacando provecho» de ella.

Los niños saben quien les da chucherías y quien no, quien le tolera los caprichos y quien no, y si se les da la oportunidad se organizan para salirse con la suya, aunque no les convenga.

Un niño sabe lo que le gusta y lo que no.

Pero no sabe lo que le conviene, por lo que si dejamos que seleccione su dieta, él suele acabar perjudicado.

¿Cómo empieza el problema?

Hay cuatro hábitos muy comunes que favorecen que el niño empiece a comer mal:

  • Desde el momento que empezamos a darles cosas diferentes a la leche, parece que se hubiera dado permiso a toda la familia para que el niño se convierta en el campo de pruebas «¿A ver que cara?».

Es decir, ya no come porque sea su hora. Si a alguien se le ocurre darle cualquier cosa (pan, gusanitos, un poco de…), no puede escapar bajo el irrefutable argumento de:

«¿A ver que cara pone al tomar un poco de…? Si no le va a pasar nada.»

Acabamos de dar al niño el título de mono de feria oficial de la familia.

  • Nos ve comer, él ya ha comido hace un rato. No le toca comer:

«Pero es que nos mira. Se le va saltar la «yez».

  • El niño está aburrido o triste y usamos la comida para entretenerlo en lugar de darle afecto o atención.
  • Damos bebidas azucaradas para quitar la sed o para que se entretenga.

Si hacéis estas cosas, probad un experimento:

Cada vez que al niño se le ofrezca comida a lo largo del día, apuntadlo. Se incluyen en el concepto de comida cualquier bebida distinta del agua.

En los prudentes suelen ser entre 10 y 15 veces al día.

Algo está claro: Nadie puede comer bien 15 veces cada día.

Antes de empezar estos hábitos vuestro hijo comía cuatro o cinco veces al día.

Ante el exceso de oferta no le queda más que una opción: Seleccionar.

Y su elección es muy previsible:

Entre su comida (potito insulso) y la vuestra (sabores llamativos, salados, dulces…), entre alimentos o bebidas ricos en azúcares y otros ricos en fibra, escogerá el dulce:

Pica de la vuestra y pasa de la suya.

Se bebe el zumo o se come el pan y pasa de la verdura o la fruta.

Es que hasta que probó la nuestra no sabía que le estábamos tomando el pelo.

A partir de ahora, mami, la suya te la comes tú.

La solución en el pre-escolar que empieza a comer mal

Por tanto, si vuestro hijo es un pre-escolar que come mal, poco, no quiere comidas de verdad, cada comida es una pelea y la lista de alimentos que no ha tomado nunca y de los que no quiere cada vez crece más.

Seguro, estáis desesperados: «Lo habéis probado todo».

Por tanto, no perdéis nada probando algo tan descabellado como lo que os voy a proponer:

Lo primero que debéis hacer es hablar con cada uno de los cuidadores actuales del niño (abuelos, tíos, hermanos mayores…) y dejarles claro que vosotros sois lo padres, que la responsabilidad es vuestra y que estaréis encantados si siguen colaborando en la crianza del niño, pero que si lo que van a hacer es llevar la contraria en cuanto os deis la vuelta, entonces que se estén quietos y se abstengan de quedarse con los niños.

No intentéis poner en práctica este método si no conseguís esto,

porque será un desastre.

Pensad por un momento.

¿Cuál es ese alimento que tiene mantenido al niño?

Lo único que come y que le mantiene vivo.

Eso que pide al rato de haberlo rechazado todo.

Una pista, suele ser un producto azucarado (biberón, yogur y sus derivados, batidos, zumos, galletas, trozo de pan… o directamente chucherías).

Esto es lo que llamo El Comodín.

No vuelvas a comprarlo hasta que el niño coma de todo.

Si lo compras y lo tienes en la casa sentirás la tentación de dárselo:

“Para que no se acueste con el estómago vacío”.

Si lo haces, todo el mal rato de verlo sin comer en todo el día no servirá para nada.

Dado que todo niño tiene el instinto de supervivencia del que forma parte el hambre (y que tu hijo tiene como el resto de seres vivos de este planeta, no te engañes), nos vamos a aprovechar de él para educar al niño.

Las normas a seguir son las siguientes:

  1. No se come viendo la tele.
  2. Si el niño tiene edad de coger los cubiertos (y la tiene en las edades de las que hablamos), no dar de comer.
  3. Evitar cualquier comentario relativo a la comida y sobre todo aunque te queme la sangre, no le regañes por comer lento o no comer.
  4. Ofrecer un plato de comida idéntico al de los demás, ni comida especial, ni triturado, ni pasado por el pasapurés. Si acaso troceado.
  5. Cuando los demás miembros de la familia halláis acabado de comer, se retiran todos los platos, incluido el del niño, aunque no lo halla tocado, y sin un sólo comentario.
  6. No le deis absolutamente nada de alimento hasta la siguiente comida. Si pide algo decid simplemente que no va a haber nada hasta la próxima comida. Entre comida y comida sólo hay agua.
  7. No discutáis sobre el tema delante del niño.

Sé que es duro, por eso voy a explicar el porqué de cada una de esas normas:

Para empezar, la tele los emboba. Lo que hace casi imposible que coman ellos solos. Si le pones la tele puedes estar 3 horas con el plato delante del niño sin que se entere siquiera de que existe.

Debe comer cogiendo él mismo los cubiertos para conseguir uno de los principales objetivos de este método: eliminar toda relación de la comida con la afectividad. Hay muchos niños que estando muertos de hambre no comen. Pero es porque consiguen algo a cambio. Ese algo es la atención de los padres, aunque sea para gritarles. Una vez que el niño comprende que no va a conseguir esa atención no comiendo deja de tener sentido pasar hambre para nada. Esto es especialmente frecuente en niños que empiezan a comer mal desde que ha llegado un nuevo hermanito. Hay que evitar por eso mismo regañarle, ni avisarle continuamente de que coma, ni comentarios del tipo de «qué malo es para comer»…

Fuera de las comidas intentad dedicarle tanto tiempo a vuestro hijo como podáis.

Hay casos en que el niño actúa así porque se le ha repetido tanto que come mal, en momentos de desesperación de los padres, que ya da por hecho que él es así y que ese es el papel que le toca representar cada vez que le ponen la comida delante.

La comida que debemos ofrecerle debe ser la misma que la nuestra, porque con dos años o más su dieta debe ser completa y debe masticar.

Si no mastica no se estimula el crecimiento de la mandíbula y cuando salgan los dientes definitivos no caben con lo que deforma la boca.

No debe tampoco caerse en el error de poner comidas especiales que sabemos que toma mejor, porque en lugar de tomar una dieta completa irá restringiendo cada vez más sus preferencias, simplemente como excusa para no comer ese día porque eso ya no le gusta y obligar así a la madre a prepararle otra cosa.

Cuando todos halláis acabado de comer, se supone que ha tenido un tiempo razonable para acabar. Por lo que se retira la comida de la mesa.

Sin comentarios de ningún tipo referentes a lo mucho o poco que haya comido. Al hacer esto le dais a entender que dais por hecho que comerá si tiene hambre, pero que no es algo que os preocupe y por tanto no es un arma de chantaje válida.

La siguiente es la parte más complicada y la más importante:

No deis nada que le entre por la boca hasta la siguiente comida.

Sólo agua, y no más de medio litro al día.

Sobre todo os costará mucho trabajo si os pide, pero especialmente en ese caso no hay que darle. Si lo haces, el mensaje que le estás transmitiendo es «haz lo que te de la gana a la hora de comer, que después, en cuanto me pidas te voy a dar lo que quieras».

En cuanto a no discutir delante del niño, debería ser una norma, no discutir delante de él ni sobre este tema ni sobre ningún otro. Es muy perjudicial para el desarrollo afectivo del niño y transmite la idea de que no estáis de acuerdo y si insiste vais a ceder.

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Consumismo en la comida de los niños

Problemas con la comida en niños debidos al consumismo de nuestra sociedad.

 

La comida se ha convertido en mucho más de lo que es su función natural de suministro de energía y material para el cuerpo.

Hoy en día es excepcional la reunión social que no se realiza en torno a la comida:

Comidas de negocios, familiares, de navidad, de año nuevo, de noche vieja, bodas, bautizos, comuniones, cumpleaños, despedidas de soltero…

Y cada vez son celebraciones en las que la comida resulta dentro de un ambiente general de exceso, más desproporcionada.

Mis padres no eran ricos, cuando se casaron, invitaron a sus amigos y familiares a chocolate con churros. Pero esa era la norma.

Hoy en día cualquier boda sin una comida con entrantes, dos platos, postre y barra libre es “de muertos de hambre”.

Los Bautizos y las Comuniones han alcanzado el nivel de las bodas.

Los cumpleaños son cada vez más estrambóticos en una especie de competencia por no ser menos que los padres de los amiguitos de nuestro hijo.

Parece imposible quedar simplemente para dar un paseo sin empezar o acabar comiendo. O hacer directamente rutas de tapeo en las que paramos para volver a comer cada 100 metros (especialmente en el sur: vivo en Granada, la ciudad de las tapas gratis).

“Ir de campo” se ha convertido en llegar en coche a un merendero, andar cien metros hasta la barbacoa libre más cercana e hincharnos a comer.

En realidad no puede decirse que no se haga ejercicio: tan sólo acarrear la cantidad de comida, bebida y mobiliario que se lleva a una de estas “excursiones a la naturaleza” es un ejercicio sobrehumano.

En todas estas ocasiones y otras más (cine, centro comercial…), acabamos comiendo comida de mala calidad y en cantidades innecesarias para nuestra nutrición.

Y los niños están dentro de esa forma de hacer las cosas. Les ofrecemos de forma totalmente desordenada esa comida de mala calidad en función, no de sus necesidades, sino de nuestros planes sociales.

¿La consecuencia?

Una obesidad infantil en aumento y una dieta en general difícil de mantener mínimamente sana.

¿La solución?

Actividades de ocio más sanas y activas.

Procurar tener una alimentación en la que cuidemos más de la calidad.

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Blog Conciliación Conducta del Bebé y el Niño Convivencia Edad del Bebé o Niño Niño de 24 meses, 2 años Otros temas de Salud Infantil Pesadillas y Terrores Nocturnos Se Despierta Mucho Sueño del Bebé y Niño

Pesadillas en niños

Niños con pesadillas. Diferéncialos de los terrores nocturnos y aprende cómo deben actuar los padres.

Una pesadilla es un sueño desagradable que hace que quien la sufre se despierte.

En el momento que despierta el niño, desaparece el sueño que le asusta y aunque puede seguir un rato impresionado, cuando alguno de sus padres va a calmarlo, lo reconoce y se tranquiliza.

Si ya tiene edad de poder expresarlo, el niño recuerda en lo que consistía el sueño.

Aunque pueden aparecer en cualquier momento de la noche, son más frecuentes en la segunda mitad de la misma.

No se curan con medicinas.

Evidentemente si el origen de las pesadillas son experiencias desagradables durante el día, como discusiones, agresiones o accidentes, la medida fundamental es resolver esas situaciones.

Pero en la mayoría de los casos son simplemente elaboraciones del cerebro realizadas a partir de estímulos visuales recibidos durante el día que luego mezcla dando lugar en algunas ocasiones a sueños agradables y en otras a pesadillas.

Cuanto más cantidad de estímulos visuales tiene un niño durante el día más fácil es elaborar estas pesadillas de noche.

El principal foco de hiperestimulación visual en los niños es la televisión (los móviles y tabletas…), que en la programación “infantil” incluye cada vez contenidos menos recomendados para niños, por lo que la medida inicial más importante en un niño con pesadillas no basadas en problemas familiares, para reducirlas es limitar la televisión.

En muchos casos las pesadillas desaparecen a los pocos días. Aunque no viera en la tele más que dibujos animados de lo más tranquilos.

En el momento de la pesadilla lo que deben hacer los padres es tranquilizar al niño en su cuarto.

Debemos tener cuidado de no actuar de modo que empeoremos el problema:

  • No conviene encender la luz de la habitación, sino calmarlo a oscuras o casi. Evitamos así que el niño desarrolle miedo a la oscuridad. O que luego sea imposible dormirlo de nuevo.
  • Si preferimos que aprenda a dormir sólo, no debemos dormir con él porque haya tenido una pesadilla, sea en su cama o en la nuestra. El objetivo cuando se quiere que un niño duerma solo, es que aprenda a superar las pesadillas, no que incrementen su dependencia de nosotros.
  • Si es nuestra intención hacer Colecho (es decir, dormir con él siempre que quiera), seguimos durmiendo con él.

Las pesadillas son de cualquier modo episodios normales en el desarrollo de los niños, que acaban pasando.

 

Siguiente Capítulo: Terrores Nocturnos…

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El niño que se despierta con frecuencia

Niños que se despiertan con mucha frecuencia, descubre las causas más frecuentes y cómo mejorar.

 

El capítulo dedicado a los Despertares, trataba sobre todo de las cosas que nosotros hacemos mal y pueden aumentar las veces que el niño se despierta durante la noche.

Hay otras causas frecuentes de despertares durante la noche en niños:

 

 
Siguiente Capítulo: El sonambulismo…

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Problemas concretos del sueño en niños

Los problemas más frecuentes del sueño en niños

Causas más frecuentes de problemas durante el sueño en niños. Cuáles son y cómo resolverlos.

 

Hasta aquí me he centrado en entender como funciona el sueño normal y como iniciar un correcto hábito de sueño desde el principio.

A partir de ahora nos centraremos en los problemas más frecuentes para que sirvan como ejemplo y los entendamos mejor.

 

 

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Niños que se despiertan mucho de noche

Niños que se despiertan mucho durante la noche. Descubre las causas más frecuentes y cómo solucionarlas.

Lo primero que debéis tener claro. En este artículo hablo mucho de sacar al niño del cuarto de los padres. Si hacéis colecho y dormís bien, y por tanto no sentís la necesidad de que vuestro hijo aprenda a dormir sólo en este momento, este artículo no es para vosotros, continuad con el colecho.

El problema en muchos niños no es la dificultad para dormirse, sino que se despiertan con “demasiada” frecuencia.

En esta primera frase ya hay dos conceptos a aclarar: se despiertan y frecuencia.

Se despiertan: Uno de los errores más frecuentes de los padres durante el sueño de sus hijos es interpretar que se despiertan, cuando en muchos casos no es así.

Todos los niños pequeños hacen ruido mientras duermen. Unas veces porque están soñando, en otras ocasiones son pequeños gemidos que emiten durante el sueño.

Y otras veces porque está acabando un ciclo de sueño y empezando el siguiente y puede “acunarse” solo.

En ninguno de esos casos el niño está realmente despierto.

Pero aquellos padres que tienen excesiva tendencia a intervenir cuando oyen estos sonidos acaban despertándolos.

La regla que se deduce es clara:

“Si hace ruido

pero no llora y tiene los ojos cerrados,

no hagas NADA”.

Facilitar el cumplimiento de esta regla es uno de los objetivos de sacar la cuna del dormitorio de los padres no más tarde de los 6 meses en aquello niños cuyos padres quieren que aprendan a dormir solos.

Frecuencia: Todos nos despertamos habitualmente durante la noche. Nuestro sueño sigue ciclos que en los adultos son de unos 90 minutos y en los niños aún más cortos (30-40 minutos).

Por lo general no llegamos a despertarnos del todo entre ciclo y ciclo. Pero lo que hacemos, sin darnos cuenta en ese momento, puede interpretarse como que se está despertando sin ser así.

Sí hay casos en que los despertares son muy frecuentes.

No hay una cantidad fija normal, pero un niño suele despertarse por la noche cada vez menos veces cuando va creciendo.

Esto no es así cuando se hace colecho. En ese caso los despertares pueden hacerse más frecuentes entre los 4 y los 15 meses.

Errores que favorecen los despertares cada vez más frecuentes:

El primero, lo estáis despertando vosotros, cuando él estaba dormido:

“Si hace ruido

pero no llora y tiene los ojos cerrados,

no hagas NADA”.

A este respecto y hablando de lactantes conviene distinguir dos situaciones frecuentes que si los padres no interpretan bien generan problemas:

El niño está soñando. Se mueve inquieto en la cuna emitiendo sonidos como gemidos. Pero tiene los ojos cerrados.

– Ha terminado un ciclo de sueño y va a iniciar otro. Igual que en el caso anterior emite gemidos, está inquieto y los ojos cerrados o los abre de forma intermitente pero con facilidad para cerrarlos, bostezos, se estira y se relaja…

En ambos casos (especialmente en el segundo) si los padres hacen algo es muy probable que le despierten. Y si le despiertan es fácil que tarden bastante en volver a dormirlo. O sea, “noche toledana”.

Si queremos que el niño aprenda a dormir solo la cuna debe estar fuera del cuarto de los padres antes de los 6 meses (yo recomiendo entre los 4 y 6 meses).

De nuevo, vamos con el porqué:

Los niños conforme van creciendo, van controlando cada vez más su entorno.

Alrededor de los 4-6 meses la mayoría ya se dan cuenta, si se despiertan, de que sus padres están al lado.

Si el niño al despertarse te ve, te oye, o simplemente nota tu presencia, es mucho más probable que reclame tu atención que si no te ve.

Con la edad de la que hablamos ya no existe la muerte súbita del lactante, con lo que el miedo a que le pase algo y no te enteres debe reducirse. Si le ocurre algo mínimamente importante llorará y te enterarás.

De lo que no te enterarás será de las 200 veces que a lo largo de la noche hace ruiditos sin importancia y que si duerme a tu lado puede impedirte descansar de verdad.

Y como he dicho en otras ocasiones, pensando en el sueño, la calidad del sueño de los padres es importante para la calidad de vida de los niños.

De hecho, con esa edad, la madre que duerme con la cuna al lado (suele ser la madre, que le vamos a hacer), cada vez que nota uno de esos ruiditos (200 en toda la noche), llega un momento en que ya de forma casi inconsciente (está hecha polvo a estas alturas), echa mano a la cuna para moverla, ponerle el chupe, hace ruiditos que tranquilicen al bebé… y en más de un caso, lo despierta.

El segundo error frecuente:

Hemos introducido en su ritual para dormirse algo que favorece que se despierte al poco tiempo.

El ejemplo más claro y más frecuente de esto es dormir al niño con el biberón.

Muchos padres toman la costumbre, cada vez que el niño se despierta o simplemente está inquieto (aunque esté dormido) de “enchufarle” el biberón con agua, manzanilla, leche…

Si un niño bebe mucho, filtra más orina, llena la vejiga, esto le incomoda y puede despertarle con más frecuencia. A lo que se suele responder dándole más líquido para volver a dormirlo… Y así toda la noche.

Pero además hace necesario cambiar una o más veces el pañal para que no acabe empapado hasta las orejas: Nuevos despertares que rompen el ritmo de sueño del niño y de los padres.

Solución si pasa esto, si ya le habéis acostumbrado:

“Reducid progresivamente la cantidad de líquido que le dais, hasta que dejéis de darle o le deis una cantidad razonable (no más de 100 ml en toda la noche).”

No se va a deshidratar y al final comerá de día lo que le dabais de noche.

De hecho alimentarlo dormido es una de las causas más habituales de que el niño coma mal despierto.

Hay otros despertares, como los causados por las pesadillas o los problemas respiratorios mientras duerme que se tratarán en apartados posteriores.

Cuando lo que prefieren los padres es hacer colecho y eligen que siga durmiendo con ellos, es habitual que los niños aumenten el número de despertares entre los 4 y los 15 meses. A partir de esa edad suelen reducirse.