Un recién nacido que pasa una mala noche sin parar de llorar, es una de las cosas que veo con frecuencia al visitar a los padres novatos en el Hospital en los primeros días tras el parto.
Lo que os voy a contar ahora es una historia que veo una y otra vez.
El primer día tras el parto los recién nacidos están poco activos. Tras el nacimiento, el esfuerzo que deben realizar para adaptarse los deja agotados.
El segundo día empiezan a moverse más, a comer con más frecuencia y más fuerza. Pero siguen teniendo fases en las que de nuevo descansan varias horas seguidas.
No es raro que por la tarde del segundo o tercer día el niño esté muy tranquilo. Las visitas empiezan a pasar por la habitación, y al verlo tan tranquilo os dicen: «Un bendito, os ha tocado la lotería, ¡qué niño tan bueno!»
El murmullo de la gente suele tener un efecto sedante en los niños. Las horas van pasando. Si se os ocurre intentar despertarlo para que coma, siempre hay quien os dice: «Déjalo, que el sueño también alimenta.»
La cuestión es que pasan 3-4, a veces hasta más horas. Llega la hora en la que se van las visitas, y por fin, como por arte de magia, en cuanto se va la gente, el bebé abre los ojos como diciendo: «Vale, la siesta muy bien, pero ya estoy yo aquí. ¡Tengo HAMMMBRE!!!!»
Ha pasado demasiadas horas sin comer y está desesperado. El pecho ya ha empezado a subirle a la madre y lo tiene para reventar. Con lo que el pezón está tan tenso que al bebé le cuesta cogerlo. Se enfada. Se coge al pecho, se suelta, se enfada, se pelea con el pecho… Y no para de llorar.
La madre lo intenta una y otra vez. No entiende qué pasa. El pecho está totalmente lleno y el bebé no consigue saciarse.
Tras un rato de llantos (a veces horas), y tras pensar que tiene gases, que tal vez está enfermo… Se les ocurre darle un biberón. El recién nacido lo coge como si no hubiese comido en su vida. Los padres se asombran de que tome tanto y se lo quitan a mitad de la toma. El niño vuelve a llorar. Intentan de nuevo darle más biberón y por fin, tras horas de desesperación se queda dormido.
Cuando yo llego a la mañana siguiente, los padres me dicen: «¡Qué ganas teníamos de verte! ¡Nos ha dado una noche!!!»
A lo que suelo responder de forma inmediata: «¿Ayer por la tarde durmió mucho?»
Respuesta entre asombro y desconcierto: «Sí, pero yo creo que tiene gases.»
Entonces les narro toda la historia. Los padres piensan que les he puesto una cámara en su habitación…
Y yo les digo: Imagina que hubiese dormido esta noche lo que durmió ayer por la tarde, y que hubiese pedido comida durante el día con la frecuencia que lo ha hecho esta noche. Tiene el ritmo cambiado. Hay que «ponerlo en hora».
Esto es muy frecuente.
¿Cómo evitar pasar otra noche de llantos del bebé?
Al día siguiente el bebé, tras pasar una noche agotadora, va a querer dormir casi toda la mañana y gran parte de la tarde. Si lo hace, a la noche siguiente toca de nuevo serenata.
Cuando ha pasado esto, debemos acortar el tiempo entre las tomas durante el día.
Al hacerlo conseguimos tres cosas:
- Cuanto más vaciamos el pecho, más leche produce. Al darle con más frecuencia, estimularemos el pecho para que llegue a la cantidad que el niño necesita.
- Al darle de comer con más frecuencia, conseguimos que coma antes de estar desesperado, con lo que lo hace más tranquilo, tragando menos gases.
- Si de día come con más frecuencia y duerme menos, cuando llegue la noche tendrá menos hambre y más sueño.
Aún explicándolo, hay quien repite: «Es que me da pena despertarlo cuando por fin descansa…»
Hay que entender algo. Yo defiendo que se respeten los ritmos de los niños. Sólo hay que contradecirlos cuando tengamos una clara razón para hacerlo. Y éste es uno de esos casos. Si hacemos por cambiar el ritmo, el bebé lo coge en pocos días. Pero si perpetuamos el ritmo alterado, puede mantenerse cuanto tiempo queramos. Y al bebé le da igual un ritmo que otro (de hecho no, ya que produce como nosotros melatonina que le marca un ritmo diurno de actividad, como al resto de los humanos), pero lo que no le va a beneficiar en nada, es convivir con unos padres que no descansan y que van a ser un par de zombies cabreados en menos de un mes.