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Empezar con buen pie: La alimentación complementaria

Nueva colaboración de Blanca Santos Ruiz en Mi Pediatra Online. Esta vez sobre el tema de la introducción de la alimentación complementaria. Uno de los cambios más importantes de los dos primeros años de la vida de un niño, desde su visión como madre y como pediatra.

El comienzo de la alimentación complementaria es uno de los momentos en que pueden empezar a aparecer conflictos en la alimentación. Es poco frecuente que un niño empiece a dar problemas con la comida cuando aún toma sólo leche, aunque los hay.

No voy a entrar en qué darle al niño ni en qué orden. Eso es algo que cada familia debe tratar con su pediatra. Lo que sí intento es dar MI OPINIÓN acerca de una forma natural y delicada de introducir al niño a la alimentación complementaria. Es la forma en que lo he hecho con mis hijos y os aseguro que los dos aceptaron la comida sólida de maravilla.

Lo primero que quiero es definir alimentación complementaria: es todo alimento que se da al bebé aparte de la leche, para COMPLEMENTAR su nutrición. Es decir, estos alimentos vienen a complementar la lactancia aportando los nutrientes que están poco presentes en la leche (fundamentalmente calorías y hierro, aunque también algunas vitaminas). Esto implica que el lactante debería seguir tomando leche y añadir sólo pequeñas cantidades de alimentos sólidos para aportarle un poco de hierro extra o esas calorías que le faltan. Muchas madres (y también muchos profesionales) ven el inicio de la alimentación complementaria como la ocasión para quitarle tomas de leche a los niños y aún mejor si son las tomas nocturnas. En principio esta no debería ser la meta aunque, como todo, llegará con el tiempo.

Vamos a imaginarnos a una madre frente a la primera comida sólida de su hijo. Vamos a olvidarnos por un momento de esa cucharadita de cereales que se pone en el biberón de la cena “para que nos aguante más por la noche” y vamos a imaginarnos la segunda comida que se introduce a los niños: la fruta. La madre ha ido al mercado y ha comprado su plátano, su manzana, su pera e incluso naranjas para hacerle a su peque su primera papilla. ¡Qué ilusión!. Le prepara un buen tazón y lo coloca en la trona con su babero y su cuchara. Es la hora de la merienda y el peque tiene hambre, ¡mucha hambre!. La madre llena la cuchara de papilla y se la mete en la boca su hijo, que la escupe inmediatamente haciendo guiños y aspavientos. La madre recoge lo que ha escupido y se lo vuelve a meter en la boca. El bebé vuelve la cara y saca la lengua. La madre lo llama y le enseña un muñequito. El bebé se vuelve a mirar el muñequito y la madre le mete otra cucharada, que el bebé escupe de nuevo. Esto se repite hasta que la madre comienza a frustrarse y:

            1.- la madre se da por vencida y le da un biberón.

            2.- la madre se da por vencida, pero no le da el biberón.

            3.- el bebé se pone a llorar como loco y la madre aprovecha que tiene la boca abierta para           meterle como puede el resto de la papilla.

De una forma u otra, o la madre termina por comerse ella la fruta o la tira a la basura. La cosa se complica aún más si lo que la madre intenta darle es un potito que se supone que el niño tiene que comerse entero porque “es lo que le corresponde por su edad”. En ese momento llama por teléfono la abuela. La madre le comenta que le ha dado al bebé su primera papilla sólida. Reproduzco la conversación.

–      ¿Cómo se la ha comido?- pregunta la abuela.

–      Pues lo ha escupido todo. Parece que no le gusta la fruta. – responde la madre.

–      A ningún niño le gusta la fruta. – concluye la abuela- tú insístele.

–      Le he tenido que dar el biberón. – comenta la madre preocupada.

–      No le des el biberón. Si le toca fruta no le vayas a dar el biberón, que lo malcrías. – advierte la abuela.

–      De acuerdo. – contesta la madre, sintiéndose aún peor.

¿Cuál es el final de la historia? Una batalla campal entre madre e hijo todos los días a la hora de la merienda que concluye con la rotunda afirmación: “no le gusta la fruta”. Eso en el mejor de los casos. Porque es más que probable que esa actitud se presente con el resto de la alimentación sólida, dando lugar al conocido síndrome de “mi niño no me come”.

¿Qué ha ido mal? ¿Por qué el bebé ha rechazado esa primera papilla que le hemos preparado con tanto cariño? Si lo pensamos bien, el bebé tenía todas las razones del mundo para rechazar la comida:

            1.- Era un sabor extraño.

            2.- Estaba fría.

            3.- Él tenía mucha hambre y su madre se ha empeñado en meterle una cuchara en la boca con algo no comestible (él no sabe que lo sólido es comida, porque hasta ahora lo único que le ha calmado el hambre es la leche).

            4.- Su madre se ha puesto de mal humor y aunque él lloraba pidiendo comida se ha empeñado en meterle lo otro en la boca.

¿Qué creéis que hará este bebé la próxima vez que vea a su madre con el cuenco y la cuchara a la hora de comer? Yo sé lo que YO haría.

Rebobinemos un poco. Imaginaos que la madre está comiendo un plátano. El bebé sentado en la trona acaba de merendar su biberón de leche y está de buen humor, sin mucha hambre ni mucho sueño. Observa la escena con interés e incluso hace ruiditos. La madre coge un trocito minúsculo de plátano y lo machaca bien con un tenedor. A continuación coge un poquito de la papilla con el dedo limpio y se la mete en la boca al bebé. El bebé chupa el dedo (es un acto reflejo) y hace guiños. La madre se ríe y observa a su hijo para comprobar que (como dice mi marido) no se ha puesto rojo como un tomate ni le han salido dos cabezas. En ese momento llama por teléfono la abuela. Reproduzco la conversación:

–      Ha probado el plátano – dice la madre.

–      ¿Ah, sí? ¿Y qué tal ha ido? – pregunta la abuela.

–      Ha puesto cara rara, pero bien. – contesta la madre.

–      ¿Y cuánto ha comido? – pregunta la abuela.

–      Un poquito. Sólo lo ha probado. – contesta la madre.

¿Cuál es el final de la historia? Un par de días después la madre repite la maniobra. Poco a poco, el bebé se va acostumbrando al sabor y ya no hace tantos guiños. Entonces la madre prueba con la cuchara y le da dos o tres cucharaditas. Tras un par de semanas prueba a ofrecerle primero la fruta y después la leche según la cantidad de fruta que tome, que varía entre 3 y 5 cucharaditas. Va introduciendo otras frutas de forma parecida y se las va alternando para que no se aburra.

Las 3 o 5 cucharaditas de fruta son más que suficientes para complementar las pocas necesidades del bebé que no quedan cubiertas con la lactancia. El bebé aprende que la alimentación sólida es una buena forma de nutrirse y come cosas que su madre también come (¿cuál es la prisa por darle a un bebé potito de cordero si en casa nunca comemos cordero?). Con el tiempo lo más probable es que el bebé termine por comer a la misma hora que sus padres y la misma comida que sus padre, adaptada a sus posibilidades. Este acto de humanizar al bebé y convertirlo en uno más de la familia, en vez de segregarlo a comer sólo una comida especialmente preparada para él es la base de una actitud sana hacia la alimentación y previene multitud de problemas futuros.